Las noches más cortas nos queríamos menos. Ella siempre venía con olor a trigal en el pelo y aires del desierto. Luego se marchaba sin decir adiós, como si no supiese que los años aún no me
habían entrenado para sobrevivir a ello, a ella en realidad. Como si no supiese que
evaporarse significaba beberme los insomnios en los bares o en las calles.
A lo lejos, algo brilla. Podría ser un astro en el cielo, pero también podría ser ella. Una luz rompiendo la oscuridad.
Ella, mi estrella.
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