Las máscaras nos dan una falsa seguridad y nos resistimos a quitárnoslas aun cuando sentimos que sería bueno hacerlo. Protegidos por ellas, podemos vivir en una permanente soledad emocional; llena de secretos, de temor a ser descubiertos, a ser rechazados, juzgados, condenados o a hacer el ridículo. Sentimos miedo a quitarnos la máscara por varias razones: Nos da miedo la intimidad; Miedo a mostrar nuestro lado vulnerable, el lado oscuro. Por lo tanto, evitamos comunicarnos íntimamente. A otros les d a
Las máscaras nos dan una falsa seguridad y nos resistimos a quitárnoslas aun cuando sentimos que
sería bueno hacerlo. Protegidos por ellas, podemos vivir en una permanente soledad emocional;
llena de secretos, de temor a ser descubiertos, a ser rechazados, juzgados, condenados o a hacer el ridículo.
Sentimos miedo a quitarnos la máscara por varias razones: Nos da miedo la intimidad; Miedo a mostrar nuestro lado vulnerable, el lado oscuro. Por lo tanto, evitamos comunicarnos íntimamente. A otros les da miedo la separación.
No quiero acercarme mucho a ti porque, quizá, después me dejes y eso me puede lastimar. Otros temen la fusión.
Si comparto todo con la otra persona pierdo mi intimidad, pierdo mi espacio, miedo a hacer invadido.
Miedo al rechazo; Que la otra persona nos conozca sin producción, a cara lavada, con defectos y virtudes,
tal cual somos, nos angustia no ser del agrado de la otra persona. Por último, existe el miedo a la responsabilidad.
Si me acerco mucho, me involucro a fondo, y eso me obliga a estar cuando me necesites. No estoy dispuesto
al compromiso. Con estos miedos disfrazamos nuestro verdadero yo. Disfrazamos uno de nuestros más fuertes y grandes atractivos: el encanto natural de uno mismo.
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