Las visitas nocturnas.
Lorena se sentó en una de las sillas de la terraza, acababa de tener sexo con su novio y llevaba puesta una bata blanca con el logotipo del hotel.
Satisfecha por la experiencia, estiró la mano y extrajo un cigarrillo de su bolsa, la cual estaba tirada en el piso. Antes de que pudiera alargar nuevamente el brazo para extraer el encendedor, escuchó abrirse la puerta de cristal a sus espaldas. En ese momento, apareció aquel hombre que la volvía loca de amor.
Ramiro se había vestido completamente y lucía una sonrisa retorcida, en medio de sus prematuras arrugas. No era difícil notar que el tipo le llevaba un par de años: Ella era una chica inmadura y oportunista de veintitrés años, con la piel suave y tersa, el cabello lacio color azabache bien cuidado, y cuerpo escultural que parecía gritar “No cualquiera”. Él en cambio, tenía treinta y cuatro años de cicatrices marcados en el rostro y un hijo producto de un matrimonio fallido que aún no le había revelado a la incauta chica.
— ¡Cielo! —Lorena fue corriendo a los brazos de su amado, pero en vez del acostumbrado beso, recibió una fuerte reprimenda por parte de su novio.
— ¡Carajo! ¡Te he dicho miles de veces que no me gusta que fumes! —El hombre le quitó el cigarro y lo arrojó lejos. Ella lo miró con ojos de perrito triste.
—En serio —Ramiro se llevó las manos a la frente—. No me veas así por favor, sabes que el cigarro mata por…
Lorena hizo una mueca de niña tierna.
—Ashh… está bien fuma lo quieras. Oye tengo que regresar a Querétaro, porque mi tía se fue de vacaciones y mi madre se quedó sola.
La chica regresó con el tabaco encendido.
— ¿Cuándo regresas? —Preguntó ella.
Será una semana solamente, pedí permiso en mi trabajo. Me voy en la noche, así que tengo que preparar mis cosas… así que… tenemos que irnos ya.
Enojada, Lorena giró la mirada hacia el pequeño estacionamiento que estaba debajo de la terraza.
— ¡Lorena! —le gritó Ramiro—. ¡Vístete! ¡Tenemos que irnos!
Con mucho pesar y molestia, la joven regresó al cuarto.
De vuelta en casa, Lorena bajó del coche de su novio sin siquiera despedirse de este. Al entrar en la vivienda, la chica subió las escaleras evitando a toda costa saludar a su madre.
Una vez en su recamara, Lorena volvió a sentirse sola y triste. Si bien, sus padres la amaban y apoyaban demasiado. Durante los últimos años, la joven se había distanciado de ellos al grado que parecía que ya nos los quería.
— ¡Hija! ¿Estás bien? —preguntó su madre desde detrás de la puerta.
—Sí, mamá —respondió Lorena con fastidio.
— ¿Vas a cenar?
—Al rato —Volvió a contestar la pequeña mujer, tirándose de espaldas sobre su cama. De su chamarra de mezclilla sacó su celular y vio sus mensajes de Whatsapp. Tenía cuatro del grupo de natación y quince de su novio, donde preguntaba desesperadamente si se encontraba bien.
Lorena apretó el celular contra su pecho. Estaba harta de su vida aburrida; de la escuela, de sus padres, de sus amigos, de la rutina diaria. Lo único que deseaba, era estar con su novio. Todos los días se preguntaba porque Ramiro todavía no se animaba a invitarla a vivir con él.
En medio de aquel torbellino de pensamientos y sentimientos, poco a poco la joven se fue quedando dormida.
Sintió que su cuerpo volaba por la habitación dando tumbos en las paredes, luego salía pasillo, se desplazaba por las escaleras y llegaba hasta la puerta principal donde se desplomaba sobre la alfombra.
De repente todo se enfrió y oscureció. Se levantó con pesadez e intentó llamar a sus padres sin éxito.
Lorena quiso caminar a tientas por la casa pero pronto dio cuenta de estaba atrapada en diminuto cuarto.
La chica corrió hacia la puerta con la intención de abrirla. Al poner la mano sobre el pomo escuchó un ruido del otro lado.
— ¡Mamá! ¡Papá! —llamó desesperadamente.
El ruido empezó a hacerse más fuerte. Quien quiera que estuviera afuera daba puñetazos indiscriminadamente.
Los golpes aumentaron y después de varios minutos la puerta reventó, mostrando un horror inverosímil: Cientos de brazos se introdujeron con gran velocidad, serpenteando por las paredes y el piso.
Aterrorizada, la chava se puso a gritar como loca, al tiempo que se arrinconaba en una esquina.
Los brazos se acercaron a la pequeña mujer y un montón de manos provistas de dedos gruesos la agarraron por las piernas, arrastrándola por el piso.
Lorena despertó en medio de la oscuridad, sudando y con el corazón acelerado. Lentamente se incorporó, temiendo que algo saliera de debajo de la cama.
Aun con miedo, Lorena tomó el celular para mirar la hora. Fue una gran sorpresa darse cuenta de que eran las tres de la mañana.
La chica se rascó la cabeza, dándose cuenta de que había dormido durante mucho tiempo. Justo cuando estaba a punto de correr al baño a ponerse el pijama, recibió un Whatsapp de su novio:
“¡Qué onda, chiquita!”
Lorena sonrió.
“¿Adivina qué? Mi tía no se fue de vacaciones, así que ¿Sabes qué significa?”
Lorena sintió mucha alegría, porque sabía cuál era la respuesta.
“No iré a Querétaro. Lamento haberte dejado así, pero pues… ya sabes… la familia es la familia y se trata de mi madre…”
La chica suspiró, recordando que no le caía bien a la mamá de su novio.
“¿Sabes qué? Te lo compensare. Voy a ir ahora mismo a tu casa a hacerte una visita “muy especial” ¿Tus padres ya se durmieron?”
Lorena respondió:
“Están dormidos”.
“Me alegra. Voy en camino” —Respondió él—. “Deja la ventana abierta”.
La joven corrió, quitó el seguro, y abrió la ventana. A seguido se acurrucó sobre su cama, tapándose con todo y las cobijas.
Después de varios minutos llenos de adrenalina, escuchó que un objeto pesado era colocado debajo en la pared exterior de su casa. El corazón empezó a latirle con fuerza cuando escuchó un par de pies posándose en la alfombra de su recamará.
Lorena cerró los ojos e hizo ruido debajo de las sabanas, dando a entender que estaba ahí.
Aquel a quien había esperado se acercó, metiendo su mano entre la colcha y las cobijas. La pequeña mujer se exíto al sentir una mano gruesa tocándole el muslo. Aquella mano subió por su pierna hasta su cintura y luego hasta su pecho.
Lorena se mordió los labios cuando los dedos de Ramiro desabrocharon su blusa y tocaron su piel. Estaba muy frío.
Los siguientes momentos fueron un revoltijo de sensualidad, pasión, desenfreno y ropa tirada en el suelo.
Lorena no podía creer que su novio fuera tan salvaje. La facilidad con la que él la manipulaba daba miedo al punto de que quiso abrir los ojos. En ese momento, Ramiro habló:
—Te extrañaba, te necesitaba.
La joven volvió a suspirar.
—Me gustaría estar contigo todo el tiempo —respondió ella.
—No te preocupes, muy pronto… muy pronto… —dijo él, jadeando y gruñendo de manera muy rara. A medida que pasaban los segundos, la situación se hacía más intensa, al grado que ni siquiera le dio tiempo de gritar a Lorena.
—Muy pronto —En ese instante el novio se levantó y tan rápido como había llegado se esfumó por la ventana.
Lorena permaneció unos segundos meditando, para luego quedarse dormida.
Al otro día, fue a la escuela con un sentimiento de satisfacción tan grande, que incluso antes de partir abrazó a sus padres como nunca.
Durante el día intentó contactar con su novio, el cual no respondió ninguna de sus llamadas o mensajes. A pesar de eso, el día transcurrió con normalidad; o eso creyó Lorena, hasta que recibió una triste llamada por parte de su madre a mitad de una clase.
Se trataba de su padre, quien había muerto de camino al trabajo.
Con lágrimas en los ojos, Lorena corrió a su casa, donde velarían el cuerpo de su progenitor. Después de tanto tiempo, la chica por fin comprendía el dicho que reza “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
Al llegar a su hogar, la joven volvió a abrazar a su mamá, esta vez, para consolarla.
Tras el entierro y con el transcurso de las semanas, madre e hija volvieron a acercarse. Ambas comprendieron la necesidad de estar juntas y darse apoyo.
Una noche, después de ir de compras y cenar en un restaurante, la señora arropó a su hija para dormir y la chica por su parte se dejó apapachar, sintiéndose querida por la autora de sus días.
Durante la madrugada, Lorena recibió una llamada por parte de Ramiro. Al principio pensó en no contestarle, pues era la primera vez en semanas que tenía noticias de él, sin embargo, también pensó que necesitaba distraerse un poco.
— ¡Bueno! —respondió ella.
— Chiquita…
—Déjate de payasadas, donde has estado, porque no contestaste mis llamadas…
—Respeté tu periodo de duelo…
— ¿Periodo de duelo? ¿Quién te dijo? Ahh… ¿David?
—Sí, mi hermano. Es tu mejor amigo ¿No?
—Era.
—Ahhh… bueno, nena ¿Qué te parece si para qué te olvides de tus penas te hago una visita especial?
—Una visita… —por un momento ella pensó en mandarlo muy lejos, pero nuevamente la necesidad de olvidarse de todo, la hizo recapacitar.
—Tal vez… tal vez… podría perdonarte, pero…
— ¿Pero qué? —dijo, Ramiro con voz muy suave.
—Tendrás que llevarme a “Super Park”.
—Hecho, preciosa. La próxima semana.
La situación ocurrida semanas atrás se volvió a repetir. Ella cerró los ojos, se escondió bajo las cobijas y esperó a que Ramiro llegara.
—Ven a vivir conmigo —le dijo él, durante el sexo.
Semanas atrás ella habría aceptado sin dudarlo un segundo, sin embargo ahora tenía el problema de su madre.
—No lo sé…
—Piénsalo. Juntos en el oscuridad.
Esto último extrañó a Lorena, aunque pensó que podría tratarse de su duelo.
Igual que la última vez, Ramiro escapó sin dar mayor explicación.
¿Cuál sería la suerte de Lorena que al otro día, la vida estaría esperándola para darle otro duro golpe?
Era su madre. Los doctores no se explicaban como una mujer tan fuerte y sana había sufrido de un repentino infarto fulminante.
Estaba sola. Lorena ya no tenía a nadie de su familia cercana.
La destrozada chica no hubiera ido al funeral, de no ser por las entrometidas e interesadas, las cuales la animaron a asistir.
Durante el velorio, su ex-mejor amigo David, apareció para darle el pésame.
—Hola —dijo él, sentándose en el sofá junto a ella.
—Hola —le respondió Lorena secamente.
—Me invitó tu tía Alejandra. Dijo que quizás necesitabas compañía.
Lorena estuvo a punto de cambiarse de asiento, pero David la detuvo:
—Lamento que nuestra amistad hubiera terminado de esa forma.
La joven volteó.
—Sabes… a pesar de las diferencias que tuvimos, eres una persona a la que sigo apreciando.
Lorena se sentó, mostrando cierto interés.
—Tus padres eran buenas personas. Les tuve el mismo aprecio que a ti. Me hubiera gustado hablarte en otras condiciones. Aun así… quiero reiterar que cuentas con mi apoyo y lo que necesites… bueno… —el chico dudo un poco—. Aquí estoy.
—Gracias, respondió ella, sonriendo.
—Apuesto a que mi hermano te habría apoyado en estos momentos.
— ¿Me habría? ¿Por qué no lo haría ahora?
—Ahhh… cierto… —David se removió un poco incómodo en su asiento—. ¡Por Dios! ¡Mi madre! ¡Ella no quiso que supieras esto! ¡Ella no quiso hablar contigo!
— ¿Tu madre? ¿Qué pasa con ella?
—Era más que obvio que no te veía con buenos ojos.
—Por supuesto que ella me odiaba…
—El punto es que… —la interrumpió David— lamento ser yo el que te da la noticia… y es que… Ramiro murió hace un mes.
— ¡¿Ramiro qué?! —preguntó ella, abriendo los ojos como platos—. ¡Deja de hacerte el payaso!
—Estoy hablando en serio.
— Si querías venir a hacer chistes estúpidos al funeral de mi madre puedes largarte ahora mismo…
— ¡Te estoy hablando en serio! —Gritó David—. Hace un mes Ramiro iba de camino a ver a mamá a Querétaro y sufrió un accidente de tránsito. Mi padre y yo enterramos sus restos aquí, en la Ciudad de México.
Lorena quería correrlo, pero algo en el rostro del chico, le decía que no mentía.
— ¡Lorena, por favor! ¡¿Por qué crees que ya no te volvió a hablar, ni a verte o mandarte mensajes?! A mí me costó mucho trabajo aceptarlo, pero es una realidad —David rompió en llanto y su ex-amiga con inmenso terror corriéndole por las venas se acercó a consolarlo—. No sabes cuánto lo quería —la mujercita lo abrazó con fuerza.
—Mi mamá sabía que si te enterabas de esto, irías a la casa o te acercarías a nosotros. Por lo que me prohibió decírtelo… discúlpame.
—No importa, de cualquier forma lo hiciste —comentó Lorena, tratando de convencerse de que todo lo que decía David era verdad.
— ¿Quieres ir a ver dónde lo enterraron? —preguntó él—. También tengo el periódico donde sale la noticia...
—No, no gra…cia...s —le contestó ella, al tiempo que se levantaba nuevamente y salía al patio.
Lorena salió de la casa aterrorizada, sin dejar de pensar en lo que había sucedido durante aquellas dos noches.
“Yo había… él me mandó el mensaje y… no… tuvimos… él me… la llamada…yo… no pudo… se fue…” —Lorena se llevó las manos a la cabeza. Acto seguido, sacó el celular de su bolsillo para ver el perfil el perfil de su novio. Increíblemente su foto ya no estaba y la última conexión en línea señalaba exactamente un mes atrás.
“¿Me estaré volviendo loca? Si… estoy loca… ya… perdí la cordura… mi madre… mi padre… mi ex-mejor amigo… mi novio…todos…”.
Lorena se sentó en la banqueta confundida y aterrorizada. Tras varios minutos llenos de pensamientos, regresó al velorio de su mamá.
Esa noche pasó en vela junto ataúd de la autora de sus días. Al día siguiente al regresar a su habitación para intentar descansar un poco, se encontró una nota escrita a computadora que decía:
“Gracias por tan encantadoras noches, apuesto a que tu novio lo habría gozado tanto como yo…”
Abajo, escrito con pluma, había otro mensaje que rezaba:
“Volveremos a vernos muy pronto, en la oscuridad; esta vez no nos separaremos nunca. Tus padres y Ramiro han preguntado mucho por ti…”.
Federico Alejandro Cruz Márquez