Esperanza se miro al espejo y en este, vio la imagen que sobre el quedaba reflejada. Descubrió sorprendida, unos ojos soñolientos, una mirada cansada.
Sus cabellos sueltos, caían sobre sus hombros; los rizos casi deshechos, eran el reflejo de las horas que desde que sonrientes despertaron, habían dejando atrás.
Su rostro siguía siendo el mismo; el de una mujer a la que le gustaba la normalidad, la ternura, la alegría, la belleza y el amor, la tranquilidad de un hogar y en algunos momentos la diversión.
Siguió mirándose y descubrió pequeñas arrugas que alrededor de sus ojos se formaban; eran las huella de la vida, la señal de que los años iban pasando. Años llenos de momentos, de recuerdos que guardados estaban, de esperanzas y desalientos, de lágrimas y sonrisas de felicidad.
Volvió a centrar su mirada en los ojos que la observaban y parecían querer gritar:
• Mírame y dime, ¿Qué esperabas encontrar? Eres la misma de siempre; la que haya en tu interior siempre existió; la única diferencia es que hoy empiezas a encontrar en este, a la mujer que nunca se atrevió a levantar la voz.
Mírate y olvida a aquella niña desvalida, que un día sus pasos paro por miedo a crecer en soledad. Que creaba fantasías, para con ellas poder olvidar, que la vida no es tan dulce como a ti te gustaba pensar; que esta es hermosa, ¡Hermosa, muy hermosa!, pero la felicidad que en ella se quieras encontrar, debes asumir que son momentos, pequeños momentos que con tus manos debes coger y acariciar, envolverlos en sonrisas y dejar que iluminen tu andar.
La mujer sumisa que un dia en tus ojos existió, producto de años de soledad y muchas cosas más, que solo debe recordar para con ellos dar los pasos con seguridad , hoy despertó a la vida y no se volverá a dejar asustar. Está aprendiendo a crecer y paso a paso lo conseguirá. Tiene como arma un mundo que nadie lo podrá comprar, un mundo que no tiene precio, porque dime !¿Se puede comprar el mundo interior de un corazón?
Esperanza volvió a mirarse en el espejo donde estaba su rostro reflejado, y descubrió en la mirada una chispa de ilusión. Era la ilusión de saber, que no era menos que los demás. Tenían sueños y metas que le ayudaban a continuar su vida. Una vida llena de esperanzas y momentos llenos de felicidad; una vida que se apoyaba en las fuerzas que daba el saber, que sería capaz de ganar las batallas y que nadie, nadie, su buena voluntad quebraría en el viaje de su vida.
No había equipaje para un viaje que se preparara mal, si en este se incluía la honradez, la amistad, las esperanzas y la sinceridad.
Y contemplando su rostro en el espejo, el rostro en el que aparentemente nada había cambiado; descubríó una sonrisa en sus labios. Una sonrisa de paz, ¡Esa era ella!
Quizás en su exterior siguía siendo igual,- pero dentro, alla dentro-, ahora existía una mujer que día a día, estaba aprendiendo a crecer.
Annia Mancheño.
Libro Cartas para ti.