Sueño para el invierno
A Ella…
En invierno viajaremos, sobre cojines azules,
en un vagoncito rosa.
Seremos felices, habrá un nido de besos locos,
ocultos en cada blando rincón.
Cerrarás los ojos para no mirar por los cristales
la noche y sus negras muecas,
esos monstruos amenazantes, lobos negros, negros diablos
como muchedumbre atroz.
Después sentirás en la mejilla un arañazo…
Y un beso muy pequeño, como una araña alocada,
correrá por tu cuello.
Y me dirás: «¡Busca, busca!», inclinando la cabeza.
-Pero, ¡cuánto tardaremos en encontrar esa bestia
que viaja y viaja sin meta…!
Arthur Rimbaud
“Sueño para el invierno” es una composición poética perteneciente al poeta francés Arthur Rimbaud. Desde sus aspectos estructurales estamos frente a un soneto, ya que se compone de 14 versos, dos cuartetos y dos tercetos. Esta pieza cuenta también con la presencia de una rima libre asonante. A partir de una primera lectura de la obra, podemos elucidar que el yo poético construye estas líneas a través de la descripción de un potencial viaje en tren, que realizará (o no) durante el invierno con una mujer hacia la cual siente una especial atracción, deseo o amor. Esa mujer es aquella a la que se dirige, el hablante lírico, encabezando el inicio del texto con las palabras: “A… Ella”.
El poema es una suerte de metamorfosis entre una expresión de deseo, propuesta, invitación e incitación, todas ellas, cimentadas a partir de la utilización de verbos en futuro simple del modo indicativo, marcando con éstos una extremada certeza en cuanto al inevitable destino que deberá tomar el curso de los hechos: viajaremos, seremos, cerrarás, sentirás, dirás.
No son inocentes las selecciones de los colores que se utilizan en la primera estrofa para representar ciertos objetos como almohadones o vagones. Los amantes viajarán en almohadones azules, color que representa el cielo, el mar, las estrellas, los cuerpos celestes, el agua, la vida en general. Y el vagón en que llevarán a cabo su viaje, será un “vagoncito rosa”, expresión típica de lo femenino, del romanticismo, del enamoramiento, de la pasión en términos románticos; no es rojo, que sería el color destinado a una atracción meramente carnal o sexual. Se habla de felicidad y de un nido de besos locos, ese nido es la mención a través de una figura metafórica del lecho de los amantes, oculto en cada blando rincón.
En la segunda estrofa, ese inicio blanco, puro, inmaculado de la primera (como puede ser el inicio de cualquier relación), de pronto comienza a verse opacado por la presencia de lo siniestro, de lo oscuro, “y cerrarás los ojos para no mirar por los cristales”, los amantes dan cuenta de la amenaza de algo impuro, de monstruos, lobos y demonios, pero continúan ensimismados en su mundo de pasión, ignorando a la negra noche y a sus muecas.
Es a partir del primer terceto el momento en que felizmente se produce el quiebre, la fusión y metamorfosis entre el universo ideal y puro de la primera estrofa, y el universo impuro natural y temible de la segunda. De repente ese amor romántico se vuelve sucio, plebeyo, salvaje, adopta lo propio del universo oscuro y caótico: “después sentirás en la mejilla un arañazo”. A continuación y a partir de la utilización del artificio de la comparación el yo poético dice: “y un beso muy pequeño como una araña alocada correrá por tu cuello”, haciendo alusión a la difuminación de la frontera entre lo ideal y lo salvaje, entre el amor y el impulso sexual y animal, representando así, el beso muy pequeño a la pureza, y la araña (insecto ponzoñoso) a la animalidad del hombre y sus pulsiones, se trata de una araña alocada en referencia al estado de éxtasis que produce ese beso en la mujer.
El vagón rosa comienza a tornarse rojizo y el blanco inmaculado se torna gris y luego negro. En el último terceto y sobre el final del poema, deja explícito el nihilismo y el dionisismo encarnado en la pasión de los amantes, “y me dirás: busca, busca, inclinando la cabeza”. Utilizando la ironía como artificio retórico el hablante lírico expresa: “Pero, ¡cuánto tardaremos en encontrar esa bestia que viaja y viaja sin meta…!”, la bestia, es esa araña alocada que recorre el cuerpo de la mujer, es la excitación de los amantes y a la vez la representación simbólica del órgano genital femenino. La ironía viene dada por el intencional retardo a fin último de dominar a “esa bestia”, hay un fuerte deseo de atemporalizar y retener ese momento de placer, para que el viaje nunca termine, para seguir viajando sin un rumbo fijo en un eterno extasiamiento y estado de trance. La mujer queda finalmente a merced de la noche negra, de monstruos amenazantes, de lobos y negros diablos, por los cuales cerraba los ojos para no verlos detrás de la ventanilla.
El amor no es más que un sueño con el que podemos abrigarnos en el invierno, como el invierno, empieza blanco, se torna rosa, luego rojo, para finalmente opacarse, volverse negro. ¿Es bueno si se vuelve negro? Quien sabe, seguramente lo sea, al menos, para abrigarse en la fría y solitaria noche, para sobrellevar y dejar atrás una estación del año o una estación de tren a lo largo del viaje, de un viaje sin meta: la vida, que a fin de cuentas también empieza con un acto salvaje, primitivo, instintivo, negro, como este poema. ¿O acaso pensabas que era rosa?
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