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General: TIRESIAS Y LA MUÑECA DE NAVIDAD Autor José Santiago
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: SILA4141  (Mensaje original) Enviado: 06/01/2018 19:54

TIRESIAS Y LA MUÑECA DE NAVIDAD Autor José Santiago

 

 

Estaba a punto de entrar el invierno. Yo, Tiresias, seguía enamorado de aquella muñequita casi sin cabellos con la que jugaba Tania.

 

Aquel día en el cuarto de juegos, colocaron luces y pelotitas de colores con una estrella grandota encima de un árbol.

 

-Mañana llega el invierno y pronto se celebrará el nacimiento de un niño que es el rey de los cielos –nos dijo mientras nos ordenaba retiráramos de allí nuestros juguetes.

 

Fui hasta la habitación. Se la quité muy lentamente, mientras dormía, y me acosté pegado a ella en mi cama.

Por la mañana al despertarme, no estaba.

 

-Papá, Tiresias me quitó anoche mi muñeca y ha dormido con ella.

 

La severidad de mi padrastro, tras la reprimenda, me castigó sin desayunar.

 

De camino, me entretuve mirando los reflejos del río que hay en las proximidades del “cole”. Tiraba piedras a la luminiscencia   y la estrella del agua parecía estirarse, multiplicándose en un titilo de esparcimiento de ondas apareciendo de nuevo sola. Me quedé absorto escuchando el agua que seguía, pero la luz quieta en el mismo lugar parecía adentrada por  mis ojos hasta que se interpuso una nube, y desapareció.

 

-¡Ay, Dios mío,  que se me ahoga mi hija! –gritaba desesperada una mujer que estaba lavando  ropa río abajo. Bajé a toda prisa asustado. Aunque el río no era nada profundo la fuerza del agua arrastraba a aquella niña que sería de mi edad. La madre intentaba alcanzarla sin conseguirlo. Cogí una rama caída de un árbol, se la alargué sin detener los pasos y la agarró. Yo tiraba con todas mis fuerzas pero no podía, por más que lo intentaba, no lo conseguía…, hasta que por fin con la fuerza de su madre, la sacamos.

 

La niña, parecía más negra que la muñeca de Tania. Cuando la madre apartó sus cabellos de la cara quedé prendado. Tras cubrir con una manta la desnudez de su hija, de la que ni me había percatado,  me miró muy dulcemente viniendo a mí.

 

-Eres un ángel para nuestras vidas -me besó-. Ven.

 

Con su hija en brazos y transportándome a mí de la mano, llegamos hasta el pinar donde había un poblado con casitas de cartón, cañaverales y plásticos al otro lado del río.

 

Parecían reyes de la naturaleza. Bailaban al son del viento celebrando la nueva vida en mi honor por su hija. Yo simplemente hice lo inevitable, pero ellos me agasajaban con agradecimientos, dulces, rosquillas, bailes y un amuleto artesanal hecho precisamente para la ocasión.

 

-Toma, esta  luna del color de agua en plata, la he fundido con el fuego del alma para que siempre corra por tus venas la buenaventura –el padre de la niña colocándole un cordón de seda roja,  me la colgó en el cuello.

 

Recogieron sus enseres y, en sus carromatos desapareciendo en la lejanía, se despedían de mí arrojando pétalos de florecillas silvestres entre cantos.

 

La cancela del colegio estaba cerrada. Llegué tarde. Y si ahora iba para casa, tras lo de mi hermanastra…, se iba a liar más gorda. Me fui a pasar las horas por el centro de la ciudad.

 

Todas las calles estaban engalanadas, los escaparates lucían sus luces de colores que se encendían y apagaban como guiños y de repente sus bombillitas parecían correr una tras otra por los bordes de los cristales.

 

-Una limosna por  el amor de Dios, una limosna para este pobre ciego…

 

-¡Le tengo dicho que no se vuelva a poner en nuestra tienda a mendigar! –le recriminó de muy malas formas  el encargado de los grandes almacenes. Agarrándolo del brazo abandonó al pobre invidente en la cera de enfrente.

 

Vi saltar lágrimas por los ojos claros del anciano ciego como rogando ayuda. Le cogí de las manos y le indiqué hasta conseguir sentarlo en el escalón de un portal.

 

-¿Quiere usted que le lleve a su casa? –le pregunté.

 

-Dios te ayude -me decía mientra sus manos recorrían mi cabeza hasta los pies-. Bendito seas, ¡pero si eres un crío!. No, muchas gracias, aquí estoy bien; pronto vendrá mi nieto a recogerme. Dios te lo pague –añadió.

 

Más adelante, me adentré en un centro comercial donde había un hombre tan gordo que parecía un globo rojo hinchado. Daba caramelos y tocaba una campana entre su “hob- job-jo”.

 

Las escaleras andaban solas, hacia arriba; hacia abajo trasportando a mucha gente cargada con bolsas llenas de cosas.

 

Me detuve ante una tienda que le ponía precios a animales encarcelados. El Mono me miraba sin poder saltar en tan pequeña jaula. Los pájaros de colores revoloteaban masificados en un espacio mísero sin libertad. Los gatitos temblaban de frío en el escaparate interior…

 

En el hiper-mercado, la gente pagaba dinero por cerditos recién nacidos para comérselos por estos días. Pavos colgados en barras con ganchos por el cuello… Pollos con sus cabezas sangrantes… No pude soportarlo y tuve que salir al ver una cabrita colgada, sin piel con los ojos salidos abierta en canal… Jamás pude imaginar tanto horror.

 

En las cristaleras de la salida, una muñeca casi real me observaba. Estaba sin nada y  sin pelo. Los ojos muy pintados, sus pupilas de un celeste intenso no dejaban de seguirme. Me detuve. Me  aproximé más al escaparte, y vi como una chica le ponía peluca rubia y la vestía.

 

-Por la tarde le pondremos las  joyas al maniquí -le dijo a su compañera.

 

 

Me adentré en la iglesia. Había muñecos de todo tipo y de tamaño maniquí, pero más lujosos. Sus mantos eran de oro fino y como el color de luna y muy para el frío. Sin embargo las ropas de los mendigos que pedían en la entrada, no y ni olían tan bien.

 

A un lado del altar, había un muñeco con espinas en su frente con los ojos a media pupila hacia abajo, con todo el cuerpo sangrando hincado en unas tablas, como las mariposas muertas que colecciona mi profesora de sociales.

 

Casi todas las muñecas (vírgenes las llaman los mayores) en la iglesia están llorando. Unas miran hacia arriba, otras hacia el suelo; pero todas con lágrimas en sus rostros (como la de los niños de la guerra y del hambre que salen por la Tv.), y llevan lujosos pañuelos de encaje en sus manos.

 

Entran  personas llevando una caja. Le sigue mucha gente.  Abren la caja: parece una muñeca de cera con los ojos cerrados. Lágrimas de mucha gente. Rezan.

Enfrente del altar luce el muñeco que nace todos los años. Sonríe.

 

En la calle resuenan villancicos.

Hay una muñeca en forma de estatua  en el barrio. Alguien le echa dinero en el plato. Hace la reverencia y vuelve a su posición inicial. Parecía una persona.

 

Hoy, al llegar a casa, la encontré vacía. A pesar del paso de tantos  años… qué poco ha  cambiado la vida.

 

Copyrght: José Santiago

-Todos los derechos reservados-



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Sol Solgraficos Enviado: 07/01/2018 09:21


 
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