Una mordaza sujeta tu boca, porque no hables...
pero la voz de tus ojos, esa, no la acalla nadie.
La oigo en susurros de noche, cuando duerme tu mirada.
Oigo sus gritos al alba, cuando llega la mañana
y he de tapar mis oídos, aunque nadie escuche nada,
porque resuena muy dentro, en mi cabeza, encerrada,
la voz con que tú me miras; la mirada con que me hablas.
Y le pregunto en silencio a ese otro
que me acompaña cuando estoy solo.
Con quien converso también
sin que los demás escuchen:
¿Podrán ellos alguna vez
oír mis labios cerrados,
o apreciar cómo mi piel
se eriza, cuando descubro
que me miras, y el por qué?
Benditas sean las voces
con que nos hablamos.
Voces que tan sólo oímos
los amantes, al mirarnos.