La única universal ley que existe más allá de ningún convenio, concierto o consenso posible, es la Ley que
emana directa del corazón.
Podemos estar en medio de la tormenta, podemos sostener en nuestras manos una ametralladora, podemos debatirnos entre el cielo y el infierno, entre la pena y la esperanza, entre el dolor y la alegría y en todos los momentos sentir que el corazón manda.
Posiblemente, lleguen hasta nosotros los ecos de las cadenas que nos esclavizan, el poder de la cuerda que tira sujetándonos, la tenaza del miedo que asfixia o la dependencia de lo que nos subyuga y entre todo ello,
escucharemos sin remedio, el clamor del corazón pidiendo solamente ser escuchado.
Cuando el camino se estrecha, cuando la lluvia inunda, cuando el volcán arrasa y la peste asola sigue siendo
el corazón el que permite salir adelante. Él siempre está. Siempre llega, siempre nos acaricia desde dentro
para suavizar la pena y el desconcierto.
La Ley del corazón es muy simple. Está hecha de amor. De trocitos de ternura. De pedacitos de afectos.
Y con estas letras conforma el texto más poderoso con vigencia universal. Todos la entienden.
Todos la respetan. Todos caen rendidos ante su poder. Todos terminan venerando su sabiduría. Todos quieren su magisterio. Porque todo lo puede. Todo lo conoce. Todo lo bendice con su infinita fuerza centrífuga.
La ley del corazón es única. Sola entre todas las existentes. Capaz de contener al resto, de someterlas
con la belleza de su sencilla letanía.
Y así en la unicidad de su existencia se mantiene intacta por los siglos de los siglos, ajena al tiempo, libre de su tiranía, vencedora de sobre su vasallaje. Así, silenciosa y definitiva…logra extender su manto de cordura sobre la loca
razón que nos esclaviza…tantas veces.