Muchos escritores han sentido un enorme cariño por sus mascotas: Borges adoraba a sus felinos Odín y Beppo; Mark Twain fue dueño de muchos gatos, entre otros, Apollinaris, Bambino, Beelzebub o Buffalo Bill; Ernest Hemingway es el responsable de que en su casa museo, en Cuba, todavía merodeen gatos son seis dedos, descendientes de uno que le regaló un marinero... El mejor amigo de Truman Capote se llamaba Charlie, y era un bulldog inglés; Lord Byron escribió un sentido epitafio para Boatswain, su querido terranova: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos”.
Los poetas expresaron con ternura su afecto por sus mascotas. Pablo Neruda es autor de una Oda al gato, al que llama, entre otras cosas, pequeño emperador sin orbe, mínimo tigre de salón o nupcial sultán del cielo. Y también Charles Baudelaire y Jorge Luis Borges inventaron versos gatunos.