A todos nos gusta la gente auténtica, la que actúa desde el corazón, la que vibra con sus sueños, la que asume la responsabilidad de sus decisiones y de sus actos. No nos gusta tener que decir a nadie lo que tiene que hacer ni andar huyendo de los comentarios malintencionados que solo buscan destruir.
Nos gustan las personas que son justas y agradecidas, las que no buscan recompensas fuera de sí mismas, las que actúan de manera desinteresada, las que confían en nosotros y nos animan a perseguir nuestros sueños.
No, no es fácil lidiar con gente que desde su maldad viene a provocar una catástrofe en nuestra vida. Resulta muy complicado colgar un cartel en la relación cuando las intenciones están enmascaradas y los sentimientos nos ciegan.
Las buenas personas son las realmente importantes en nuestra vida
La gente de la que nos gusta rodearnos conoce el valor de la alegría y de la tristeza, procura no lastimar ni herir a los demás, regala sonrisas y ofrece su oxígeno cuando alguien se queda sin aire.
Las personas que nos gustan contagian sinceridad y hablan con franqueza, son fieles y leales, y persisten para alcanzar sus sueños. Son personas de las que nos encanta rodearnos porque juegan con valores que nos hace sentir bien y sanan las heridas del pasado.
Aquellas personas son las que crean la alegría y hacen morir a la pena, las que no se avergüenzan de reconocer sus defectos, las que aceptan sus errores y aprenden de ellos. Son esas personas las que nos abrazan y recomponen nuestras partes rotas, haciendo que nuestros males se diluyan en el mar del olvido.
Las personas de las que merece la pena rodearnos son aquellas que hablan el idioma de la sensibilidad, las que son solidarias, buenas y respetuosas,las que no intoxican nuestra vida, las que conocen los buenos valores y los practican.
Sabemos que podemos confiar en ellas porque actúan desde la humildad, con tacto y con agradecimiento ante la vida. Ellas son sabias en sus sueños y se atreven a guiar sus relaciones por el aprecio y no por el interés.
Alejarnos del dolor nos acerca a la felicidad
Merece la pena abrir los ojos ante el mundo y evitar juntarnos con gente que nos apaga la vida y que intenta dificultar nuestra existencia. Tenemos que intentar brillar, encontrar nuestro camino y librarnos de las etiquetas.
Distanciándonos emocionalmente de las personas que nos hieren conseguiremos alejarnos del miedo, del dolor y de la toxicidad. De esta manera, conseguiremos que nuestra autoestima solo dependa de nosotros, evitando dejarla desprotegida y ocasionando que otros nos empequeñezcan.
No se trata de hacerlo físicamente, sino de conseguir una distancia emocional que nos permita ocuparnos de resolver lo que sucede cada día sin amargarnos por intentar adivinar sus próximas intenciones.
Evita los ambientes conflictivos que no conlleven ningún tipo de crecimiento, pues rápidamente se adueñan de nosotros, de nuestra cordura y de nuestra salud emocional. La vida es demasiado corta como para angustiarnos por aquello que pretende dañarnos.