Aunque intentemos controlarlo, cuando mentimos a alguien, nuestro cuerpo nos delata. No existe un detector fiable, a nadie le crece la nariz, pero sí hay pistas que nos pueden indicar el riesgo de que alguien nos está engañando. La policía, los investigadores y los servicios de inteligencia de los gobiernos lo saben y se instruyen para detectarlo.Decir la verdad es un acto cerebral simple. Sólo hay que bucear en nuestra memoria, recordar los detalles de lo que vamos a contar y hacerlo tal cual. Sin florituras. Mentir, sin embargo, requiere una intensísima actividad mental, lo que al final puede llevar al error. No es fácil cambiar el relato, hacerlo coherente y, sobre todo, creíble. Al construir una nueva versión tenemos que intuir o saber qué información tiene el otro para que no nos pille. Mientras hablamos, vamos calibrando las señales que emite: vemos si nos está creyendo o no, e ir así adecuando la historia. Por si fuera poco, hay que memorizar la trola que estamos soltando y evitar caer en contradicciones.
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