Quimera.
Una noche, de esplendidas estrellas,
un lucero vislumbra, vacilante,
y parece decirme en sus centellas:
soy el alma de aquella vida errante,
Que en tu vida dejó sus mudas huellas.
Te he seguido a través del firmamento,
y sé bien que resaltas sobre ellas:
me lo dice el corazón, con hondo acento.
Yo también, como tú, sufro el flagelo
de esta ausencia mordaz, que me devora;
de mis noches de amargo desconsuelo;
de mis días sin luz y sin aurora.
Yo quisiera, lo mismo que un lucero,
seguirte en los espacios siderales,
alejados del mundo traicionero
y el sórdido vivir de los mortales.
Tu recuerdo es la aurora que ilumina
el oscuro sendero de mi vida;
y como alma perdida en la neblina,
llevo a cuestas la cruz de tu partida.
Esta noche contemplo el infinito,
y ruego a Dios que, un venturoso día,
me lleve por el mismo senderito,
allá donde tú estás, amada mía.
Pero sabré esperar, con estoicismo.
el momento final de mi partida;
que la muerte me saque del abismo
fatal y doloroso de la vida.
Nolberto Marín.