Aunque el estilo económico de vida de cada cual es algo muy íntimo que debemos respetar por principio, hay algunas actitudes que pueden resultar peligrosas, indignas y, si me apuras, autodestructivas; y lo más grave: suelen acarrear unos altos niveles de reproche social de los que a veces no es fácil salir indemne.
Una de estas conductas, harto frecuente, es la de quienes se empeñan en aparentar un tren de vida mucho más lujoso de lo que sus ingresos les permiten. Conocidos por todos nosotros, se trata de individuos con un nivel de renta modesto que, sin embargo, gastan un alto porcentaje de su dinero en bienes o artículos que socialmente se consideran indicios inequívocos de elevada capacidad adquisitiva, generalmente ropa de marca, automóviles de alta gama o tecnología punta (determinados teléfonos móviles, por ejemplo).
Este comportamiento, tan habitual en España, es muy lamentable, en primer lugar porque quien así actúa jamás logra engañar a nadie, ya que todo el mundo a su alrededor conoce, mal que bien, su verdadera situación financiera y considera patético su exhibicionismo, pero sobre todo porque el afectado y su familia suelen acabar padeciendo graves problemas de liquidez y endeudamiento que no pocas veces desembocan en tragedia. En mi opinión, y a pesar de la mucha demagogia derrochada al respecto, bastantes de las familias más machacadas por la crisis vivían muy por encima de sus posibilidades antes de 2009, incluidos muchos de los desahuciados que salen a todas horas en los medios de comunicación.