Hubo un hombre que triunfó en el mundo de los negocios. Formó varias empresas por su carácter emprendedor. El éxito de sus actividades lo convirtieron en una persona egoísta, avaro, usurero, en fin, sin ningún tipo de escrúpulo, llegando incluso a practicar los negocios sucios. Llevaba una vida llena de lujos, tenía una familia, tenía un avión propio, un hermoso yate, grandes fincas, viviendas en varios países del mundo. Jugaba al golf con personalidades mundiales. No había nada que se le resistiera, el poder del dinero podía con todo. Su despotismo era tal que en una ocasión uno de su trabajadores se atrevió a pedirle un aumento de sueldo, a lo que él contestó ufano, “no te quejes, demasiado que te doy trabajo y no te despido ahora mismo, así que quítate de mi vista y dame las gracias por darte de comer” de echo lo despidió por su osadía y no solo a él si no que empezó una restructuración de sus empresas dejando en el paro a cientos de personas argumentando que el mercado estaba bajando, pero no era cierto, sus empresas producían lo suficiente como para no solo mantener a esos trabajadores si no que necesitaba más. Pero él solo pensaba en sí mismo y llenar aún más sus arcas a costa de la explotación de sus empleados. Fueron tiempos felices para él, pero un día la desgracia empezó a cebarse con él. Sus padres murieron en un accidente de avión, su mujer lo dejo por su falta de amor, atención y egoísmo, sus hijos también se olvidaron de él, nunca estaba en casa para ejercer de padre y sus amigos lo abandonaron por su prepotencia y él cogió una grave enfermedad en uno de sus viajes a un país tropical. Dicha enfermedad lo lleva a las puertas de la muerte y es cuando empieza a hacer recuento de su vida. Por suerte pudo con ella y el mero hecho de haber estado a punto de morir empezó su metamorfosis, un cambio radical, a ver la vida desde otro punto de vista.
Empezó volviendo a contratar a los empleados despedidos, les subió el sueldo y contrato a más para que para que sus trabajadores no estuvieran tan agobiados. Se acordó de aquel que despidió por haberle pedido un aumento de sueldo y lo nombró asesor personal. Se reconcilió con su esposa, colmándola de amor, atención y cariño, sus hijos volvieron y sus amigos lo volvieron a acoger. Aquel hombre egoísta, usurero, huraño, avaro, altivo, etc… murió, naciendo un hombre asertivo, empático, desinteresado, preocupándose por los demás, valorando el esfuerzo tanto propio como el ajeno. Ese nuevo hombre llegó a viejo, murió feliz y lleno de amor, y fue recordado como una bella persona. La moraleja de esta historia, es que: Solo cambiamos cuando estamos a punto del abismo y no lo hacemos antes de estar a punto de caer en el precipicio.
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