Es lícito que no duden de su palabra cuando defiende que no me vio al lanzar el agua sucia desde su balcón, incluso que fuese un descuido la caída de restos de comida sobre mi sombrero. También puedo perdonar el accidente de sus macetas —por suerte hasta la fecha no me golpeó ninguna— cada vez que transitó por debajo de su casa o los insultos camuflados en las canciones de su Ipad. Pero lo que no admito, bajo ningún concepto, es su inocencia cuando explica que su piano de cola se le resbaló por la ventana.
Nicolas Jarque Alegre
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