Nuestro cerebro, por curioso que resulte, está programado para
conectar con las personas, para construir vínculos que nos
garanticen el poder sobrevivir, validarnos como seres capaces,
seguros y dignos de dar y recibir felicidad.
Cuando las caricias emocionales no surgen en nuestros
contextos cotidianos, cuando nadie nos toca, nos abraza,
o nos dice aquello de "estoy aquí, contigo, te tengo en cuenta
y te quiero" algo en nosotros se apaga muy poco a poco.