Érase una vez un sueño.
Era un sueño… pues como suelen ser todos los sueños.
Inalcanzable. Utópico. Difícil tendiendo a imposible.
El sueño se paseaba todos los días por delante de las frustraciones buscando su hueco.
Sabía que en algún momento acabaría sentándose ahí, en la oficina gris de las cosas que nunca fueron, entre los ya te lo dije y los yo nunca más.
Sin embargo, un día, el sueño conoció a la voluntad, hermana de disciplina e hija adoptiva del valor.
Se gustaron. Mucho. A sueño le encantaba la determinación de voluntad. Y a voluntad le fascinaba que sueño fuese siempre un poco más allá.
El caso es que no debieron de tomar ninguna precaución, porque a los pocos meses, fruto de la relación, nació por qué no.
En el cole, todos los miedos se dedicaban a reírse de por qué no.
A ridiculizarlo. A decirle que no llegaría a nada. Que seguro que fracasaba.
Hasta que de pronto, un día, ese por qué no, hijo de sueño y voluntad, creció y se convirtió en realidad.
Y ahora, cuando la gente ve a sueño realizado y cumplido, siempre se pregunta lo mismo.
Cómo lo hizo?
Bienvenidos a la frontera entre imposible e increíble.
Risto Mejide.