En los Paseos junto al mar en las sillas de mimbre de los bares reclinadas en suaves chaises-longues de terciopelo fumando cigarrillos atrevidos y exóticos vestidas de colores muy decentes o en lugares cerrados y más íntimos mirándose al espejo retocando sus labios y empolvándose las mujeres de antes parecían irreales eran como otra cosa algo distinto pero cuando nos daban caramelos o las fotografiaban de perfil todos todos sabíamos que aquello se acababa que no podía ser que la hermosa película no iba a continuar siempre y que la extraña joya que al parecer tenían escondida en los pliegues del escote o quizás entre las piernas iba a volverse pronto mercancía barata que ellas eran como nosotros con sus deseos y melancolías con sus trabajos y su desengaño.
Y entonces ¿para qué fingirse diosas si ni ellas lo querían y para qué tanto suspiro absurdo tanta mano bellísima frotando en solitario tanto dedo en saliva si de la fiesta aquella sólo iban a quedar algunos viejos cuadros y montones de cajas de sombreros llenas de fotos ocres junto a discos partidos?