Suele suceder... I Suele suceder que el tiempo transforme los recuerdos en otros recuerdos las miradas en otras miradas las sospechas en otras sospechas.
Cada familia celebra sus ritos cotidianos, crea de la nada sus propios fantasmas, inventa por las noches monstruos clandestinos.
De esa lúgubre orfandad, venimos a este mundo, para iniciar un extraño pacto con la vida.
III
Nunca sabremos con total certeza cual fue el ojo de la mirada que cautivó nuestros sentidos.
Tampoco será fácil reconocer el ojo que condenó a perpetuidad estos rutinarios actos.
Lo que sí corroe con furia los bajos fondos del alma es esta libertad a medias a que nos condujo ciegamente ese ojo, esa mirada.
IV
Pensemos un poco en nuestra infancia. (Pensar es una forma de retornar a lo sagrado.)
El viejo sabio decía: “Imagina que del otro lado del portón hay otras verdades. También,
claro, otras mentiras.”
Uno regresaba pálidamente a su casa y miraba una y otra vez ambos lados del portón.
Ahí comprendíamos para siempre que en realidad no hay peor estado para el hombre, que la sospecha que encubre otras sospechas.
XII Ese hombre que hoy duerme en medio de la calle alguna vez supo disfrutar de los placeres terrenales.
Amó a dóciles mujeres bebió finos licores dilapidó lo propio y lo ajeno, como queriendo negar aquello de que nada es eterno en la vida.
En otros tiempos al ver a otros hombres durmiendo como él duerme ahora solía repetir en voz alta: “Algo habrán hecho para merecer esto.”
XIII
Esa dulce muchacha que reía y le hablaba a los pájaros (“La vida es bella…”) callaba cuando ellos dejaban de cantar.
Una mañana los vio morir al costado de un árbol caído. Nunca mas se supo de ella pero corría el rumor en el barrio que en un loquero de Barracas ella inventaba pájaros para seguir ejerciendo su antigua manía.
También se comentaba que les susurraba una y otra vez:
“No hay nada más amargo que el sabor de la derrota”.