Hay una historia personal en el fondo del vacío los rasgos de la infancia son la ausencia de toda presencia. Hay una suma de datos registrados como meros prontuarios, una acumulación de hechos que trascienden la humedad de las formas el peso del color, o la longitud del párpado.
En ese territorio aborigen desnudamos la huella del recuerdo y la convertimos en señal de alarma para futuras deserciones. Pero ¿Quién abandona a quién cuando dos cuerpos se separan y se instaura el olvido? ¿Quién derriba la capa de oxígeno y transforma la identidad de un rostro en desoladas convenciones? Acaso presentimos que un beso es más que un beso cuando el hielo nos tapa en las luctuosas noches de misa y arrastramos los restos de memoria el imaginario creado para aceptar que el nombre puesto es una tácita derrota que debemos velar, como se vela a un muerto en los ascensores de luto.