En la orilla del silencio
Ahora que mis manos apenas logran palpar dúctilmente, como llegando al mar de lo ignorado, este suave misterio que me nace, túnica y aire, cálida agonía, en la arista más honda de la piel, junto a mí mismo, dentro, ahí donde no crece ni la noche, donde la voz no alcanza a pronunciar el nombre del misterio.
Ahora que a mis dedos se adhiere temblorosa la flor más pura del silencio, inquebrantable muerte ya iniciada en absoluto imperio de roca sin apoyo, como un relámpago del sueño dilatándose, cándido desplome hacia el abismo unísono del miedo.
Ahora que en mi piel un solo y único sollozo germina lentamente, apagado, con un silencio de cadáver insepulto rodeado de lágrimas caídas, de sábanas heladas y de negro, que quisiera decir: "Aún existo".
Comienzo a descubrir cómo el misterio es uno nadando mutilado en el supremo aliento de mi sangre, y desnudo se afina, agudiza su sombra para cavar mi propia tumba y decirme la fiel palabra que sólo para mí conserva escondida, cuidada rosa fresca: "Eres más mío que mi sombra, en tus huesos florezco y nada hay que no me pertenezca cuando a tientas persigo, destrozando tu piel como el invierno frío de la daga, el vaho más cernido de tu angustia y el poro más callado de tu postrer silencio".
Entonces me saturo de mí mismo porque el misterio no navega ni crece desolado, como germina bajo el aire el pájaro que ha perdido el recuerdo del nido allá a lo lejos, sino que es piel y sombra, cansancio y sueño madurados, fruta que por mis labios deja el más alto sabor y el supremo silencio endurecido.
Y empiezo a comprender cómo el misterio es uno con mi sueño, cómo me abrasa en desolado abrazo, incinerando voz y labios, igual que piedra hundida entre las aguas rodando incontenible en busca de la muerte, y siento que ya el sueño navega en el misterio.
Alí Chumacero
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