Como un “Año de aprendizaje”, tituló la revista Semana el balance del primer año del gobierno de Iván Duque.Inmediatamente se conoció la portada de la poderosa revista política, el artificial mundo de las redes sociales y una buena parte de la opinión pública, comenzaron a debatir sobre la responsabilidad
de los medios de comunicación en la compleja realidad del país.
Si se entiende que en Colombia los medios de comunicación no son un sector de la sociedad, sino que pertenecen a sectores de esta, donde sus propietarios son los poderosos e influyentes
conglomerados económicos ligados al poder político, se comprende fácilmente por qué proyectar a un débil Iván Duque se convierte en un objetivo estratégico.
Artículos como “Año de aprendizaje”, confirman el papel de los medios en la producción simbólica para la construcción hegemónica de opiniones públicas. “Duque es inteligente, centrado, conciliador, responsable y trabajador”, son los adjetivos con los que Semana describe al presidente de la República.
En el fondo está el objetivo de mejorar su imagen presidencial y proyectar un líder moderado perfectamente moldeable a los intereses de las élites económicas y políticas del país.
El títere y el partido de gobierno
“Es injusto decir que Duque es un títere de Uribe”, escribe con cinismo Semana.
Para argumentarlo, enumera las acciones donde se ha mostrado “independencia” del ejecutivo con el líder del partido de gobierno. La publicación valora como extraordinario que Duque no convoque la conmoción interior, que no revoque las Cortes, que no reduzca el Congreso y que no sea un enemigo radical del Acuerdo de Paz.
Es decir, es positivo que el presidente, que es jefe de Estado, mantenga las bases mínimas del Estado de derecho. Ridículo.
En relación con la evidente subordinación del presidente a las orientaciones de Álvaro Uribe, la revista la señala como previsible. La fracasada ofensiva contra el gobierno revolucionario de Venezuela, prohibir la dosis mínima e insistir en las objeciones a la JEP y con la aspersión aérea de glifosato para combatir los cultivos de uso ilícito, temas que hacen parte del Acuerdo de Paz,
son para Semana, acciones para darle contentillo al colérico expresidente. Lo anterior es una farsa.
Los “dulces” a Uribe son acciones de gobierno de un proyecto reaccionario cuyo objetivo está en perpetuar sus importantes negocios económicos y en mantener acumulados
político-electorales basados en el cíclico y trágico discurso del odio y la guerra.
Gobernabilidad amarrada
Es cierto que el balance legislativo de Iván Duque es el más pobre de la historia.
Sin embargo, no es cierto que esto sea gracias a una cruzada del presidente por cambiar las costumbres políticas en el Congreso, pues el fenómeno de la “mermelada política”, ejercicio para
aceitar las maquinarias clientelares, se ha concentrado en su partido político que no es pequeño y que tiene múltiples y ambiciosos intereses económicos.
“En términos generales, los ministros de Duque son bastante competentes”, reseña el citado artículo, donde se aplaude el carácter técnico pero se sugiere algo de experiencia política para adelantar los proyectos del ejecutivo. Sin embargo, no analizan que las carteras estratégicas del Estado, es decir Hacienda, Defensa, Interior y Relaciones Internacionales permanecen atadas a la ortodoxia neoliberal y guerrerista, y así es imposible que la gobernabilidad de Duque tienda al consenso
y se aleje del proyecto reaccionario.
Las élites hoy independientes del Gobierno, entienden estas dificultades y por eso insisten en que Duque es un presidente moderado.
De hecho, como ya se publicó en una columna del semanario VOZ,
existe un rumor de que el santismo y el uribismo estarían cerca de pactar para dejar las diferencias y construir unidad en torno a tres temas: permitir el fracking, adelantar la reforma pensional y ejecutar recortes sociales.
La paz traicionada
Tiene razón Semana al decir que “Duque no llegó al poder a volver trizas los acuerdos de paz”.
Es aún más grave. Duque, y la caverna uribista, llegaron al poder a anular históricamente los acuerdos alcanzados en La Habana. La paz no son visitas a los Espacios de Reincorporación,
como tampoco es impulsar uno que otro proyecto productivo.
La paz, en consecuencia con lo consignado en los acuerdos que son compromisos de Estado, significa poner en marcha una serie de reformas para superar con apertura política la violencia en el país.
Hoy el balance es desalentador. La reforma rural integral prácticamente no existe, la reforma política y las circunscripciones especiales se han hundido dos veces en el Congreso de la República,
la sustitución de cultivos de uso ilícito se ha caracterizado por incumplimientos con los campesinos y el esperado regreso del glifosato, el sistema de justicia transicional se encuentra desfinanciado
y golpeado por una permanente campaña de desprestigio. En todo este contexto existe una lamentable realidad: las FARC cumplen pero el Gobierno no, lo cual es inaceptable.
Lo más grave de todo este balance es que hay más de 770 lideresas, líderes y exguerrilleros asesinados en los territorios olvidados de Colombia.
Lo que debería ser una prioridad para el Gobierno en la práctica no lo es.
La dura y sistemática situación en departamentos como el Cauca y Nariño, así lo retrata.
Economía en recesión
Iván Duque recibió el país en un contexto latinoamericano en crisis, donde la política exterior colombiana tiene parte de responsabilidad.
La crisis venezolana y las guerras comerciales de Donald Trump convierten el continente en un escenario volátil en materia de integración regional.
La diplomacia uribista se ensaña todos los días en agudizar la crisis en el hermano país, acción que no solo le ha traído derrotas políticas como la del 29 de abril, sino crisis económica con el otrora segundo socio comercial de Colombia.
A eso se le agrega problemas estructurales económicos. Hoy Colombia vive un fenómeno agudo de desempleo que llega a los dos dígitos, sin contar las escalofriantes cifras de informalidad.
El hueco fiscal que el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, intentó tapar con una reforma tributaria disfrazada, será resuelto en el 2020 con la privatización de activos estatales.
Es decir, que los problemas económicos del país, el proyecto reaccionario en el poder los intentará resolver con más neoliberalismo.
En esta perversa ecuación, la gente la pasará mal y el país seguramente entrará en una inocultable crisis.
La respuesta de la gente
Hace más de un año, la ventana de oportunidad que pudo significar un cambio político en Colombia, fue cerrada momentáneamente por la alianza de las élites políticas y económicas del país.
El resultado fue una mentira histórica, el que hoy ejerce como presidente de la República, que encabezando un Gobierno frágil mantiene el statu quo.
Sin embargo, el miedo a una crisis económica, política, cultural y social está latente.
Las élites saben que Iván Duque es débil, por eso lo proyectan como el estadista que no es y lo gradúan como el buen tipo que seguramente sí es, argumento alejado a su forma de trabajo o a su forma de liderar.
La gente indignada puede ver en el escenario una grieta que anticipa un nuevo orden social en esta coyuntura electoral, priorizando en el centro de la política las necesidades y anhelos de
la mayoría hasta ahora ignorada. Mientras la mentira de Duque sea un proyecto frágil y retardatario,
como hasta ahora lo es, esa ventana de oportunidad no estará cerrada.
FUENTE SEMANARIO VOZ-PIPOLL