Los japoneses creen que cuando algo ha
sufrido un daño y tiene una historia, se
vueve más hermoso, por eso reparan los
objetos rotos con oro. En lugar de tratar de
ocultar los defectos y grietas, éstos se
acentúan y celebran, se han convertido en
una prueba de la imperfección y la
fragilidad, pero también de la resilencia, la
capacidad de recuperarse y hacerse más
fuerte.
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