HUMILDE VALOR
La humildad se encuentra en un vasto océano de aguas tranquilas que fluyen en la profundidad. En lo profundo yace la autoestima. Al principio, adentrarse en el océano es como viajar a una zona desconocida de inmensa oscuridad. Pero, así como explorar puede llevar a descubrir tesoros enterrados, en la búsqueda del mundo interior se pueden encontrar joyas enterradas en las profundidades de uno mismo. Y la joya que está enterrada en lo más profundo, la que más brilla y más luz da es la humildad. Sus rayos penetran en los momentos más oscuros. Elimina el miedo, la inseguridad y abre a la persona a las verdades universales. Humildad es aceptar los principios naturales que no se pueden controlar. Todo lo que tenemos, desde el cuerpo con el que hemos nacido hasta las posesiones más preciadas, se hereda. Por lo tanto, se vuelve un imperativo moral el utilizar estos recursos de forma valiosa y benevolente. La conciencia de ser un depositario de tales recursos ilimitados y atemporales toca la esencia del alma humana y la despierta para darse cuenta de que, así como en el momento de nacer se heredaron esos recursos, en el momento de morir se tendrán que abandonar. En la muerte, todo lo que acompañará a la persona serán las impresiones de cómo se usaron esos recursos junto con la sabiduría de ser y de vivir como un depositario. La conciencia de ser un depositario eleva la autoestima y realza las múltiples relaciones diferentes encontradas a lo largo de la vida. Le lleva a uno a un estado de reflexión silenciosa, invitándole a tomarse un tiempo para sí mismo y a mirar la vida desde una perspectiva diferente. El reconocimiento de ser un depositario hace que la persona busque la renovación de las relaciones con el propio ser y con el mundo. Eliminar el “yo” y el “mío” Humildad es dejar hacer y dejar ser. La piedra del conflicto yace en la conciencia del “yo” y del “mío” y la posesividad: de un rol, de una actividad, de un objeto, de una persona, incluso del cuerpo. Paradójicamente, esta conciencia le hace perder a uno aquello a lo que quiere agarrarse y, especialmente, le hace perder lo más significativo, los valores universales que dan valor y sentido a la vida. La humildad elimina la posesividad y la visión limitada que crean límites físicos, intelectuales y emocionales. Estas limitaciones destruyen la autoestima y levantan muros de arrogancia y de orgullo que distancian a las personas. La humildad actúa suavemente en las fisuras, permitiendo el acercamiento. Todo el mundo se “reverencia” ante una persona que posee la virtud de la humildad, ya que todos se reverencian ante los que se han reverenciado primero. Por tanto, el signo de la grandeza es la humildad. La humildad permite a la persona ser digna de confianza, flexible y adaptable. En la medida en que uno se vuelve humilde, adquiere grandeza en el corazón de los demás. Quien es la personificación de la humildad hará el esfuerzo de escuchar y aceptar a los demás. Cuanto más acepte a los demás, más se le valorará y más se le escuchará. La humildad automáticamente le hace a uno merecedor de alabanzas.
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