Este tiempo post-navideño suele ser algo “crisiento”.
Después de tantas experiencias fascinantes, fiestas
y banquetes puede surgir un desencanto,
un cierto vacío, una perceptible sensación de
frustración. Se comprueba en las caras de tantos
jóvenes, insatisfechos después de días de borracheras y
superficialidades, en los ancianos tristes y solitarios, en nuestra
sed insaciable de consumismo fácil y bárato
(basta ver las enormes filas de las tiendas).
Tras la Navidad, volvemos a descubrir que nada material
puede llenar el corazón del hombre. La crisis post-navideña nos
muestra la sed de infinito.
Navidad es la fiesta del sentido de la vida, es la solemnidad de la
humanidad, porque Dios nos ha querido y amado tanto
que no dudó en volverse uno de nosotros
Cuando sientas, como yo, esta crisis post-navideña,
cuando llegue la frustración y
el desaliento, te invito a que veas el pesebre,
en silencio, meditativamente. Todo el amor de Dios,
el sentido último de tu vida la encontrarás en una
mano frágil, en un cuerpecito débil y tierno de un niño
recién nacido. Ante un niño así, ¿quién puede tener miedo?
Roberto Allison Coronado
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