Muchas veces vamos por la calle creyendo ver, pero realmente no vemos nada, sólo lo que está frente nosotros. Caminamos sin percatarnos de nadie, salvo que nos tropecemos con una persona. No acostumbramos a mirar y observar a la gente, salvo que sea para echar una miradita a ver qué llevan puesto. Eso es mirar con los ojos, porque cuando tus ojos se posan sobre el niño que mendiga o el anciano que no puede cruzar la calle solo, y le ayudas, estás mirando con el corazón.
Si nos detuviésemos unos minutos en el diario trajín de nuestra vida, quizás hasta seríamos más felices, los recuerdos no nos dolerían tanto y los rencores se nos apocarían porque nuestra luz interior sería mucho más resplandeciente que el oscuro resentimiento, ese que debe estar lejos de nuestra vida, que no nos hace nada bien y contamina el maravilloso mundo que tenemos ante nuestros ojos.