Muchos de los momentos más extraordinarios de
nuestras vidas son momentos compartidos,
son pedacitos de mágica complicidad con personas
extraordinarias, con amigos de infancia o nuevos amigos,
con familiares, con amores de un verano o amores de
una vida entera. Fueron, son y serán momentos
felices que agradecemos y que a su vez nos dan
fortaleza en instantes difíciles.
Si pusiéramos ante nosotros fotograma a fotograma
cada instante de nuestra existencia, lo más probable
es que aparecieran varias escenas con este brillo especial:
el de la alegría, el del bienestar y ese equilibrio sutil
donde de pronto, la propia vida entra en armonía.
Lejos de lamentar que no se sucedan con más frecuencia
esos momentos de perfección absoluta, lo único que
debemos hacer, es agradecerlos.
Agradecer haberlos experimentado.
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