La primavera tiene un sello distintivo, consistente en la explosión
de colores suaves o claros: turquesa, verde esmeralda,
melocotón, etc.
El color es una propiedad de la materia que se percibe
exclusivamente mediante la luz.
Básicamente, las sustancias no poseen color, salvo raras
excepciones, ya que para ello tienen que disponer de
mecanismos de excitación en el rango de la energía electrónica,
para al reemitir la energía de excitación dar lugar a la
emisión de fotones en el rango visible.
La quimioluminiscencia da cuenta de este proceso en los
sistemas vivos. La amplísima mayoría de materiales
reflejan luz que una vez capturada por los fotoreceptores
biológicos es transducida en color.
La maquinaria que la primavera pone en juego es darle color
al mundo e incidir en el estado de ánimo de las personas
en lo que colabora el número de horas de luz solar,
el renacimiento de las flores y las plantas y la nitidez
del cielo, cuando no lo perturba una borrasca que entorpece
el escenario. Es cierto que el carácter de las personas se
acomoda al ambiente en el que se desarrolla.
La primavera arrebata en la dirección de la extraversión,
mejor comunicación y esperanza de bienestar. La primavera con
su periodicidad, nos invita a renacer de nuevo, a iniciar algo
que estaba aletargado y se torna en tiempo de descubrir y de
reinventarse. La primavera con su coloración invita
al cambio constante, a despertar, a vivir, en suma.
Más que nunca, parece que ahora necesitamos interiorizar
lo que la nueva estación nos trae de la mano.
¡Bienvenida Primavera!
Alberto Requena
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