¡Y luego me convertí en mamá... tu mamá!
Así aprendí que si tengo hambre o sed primero viene tu hambre y tu sed.
Que si tengo sueño primero viene tu sueño.
Que si estoy triste viene primero tu felicidad.
Que si estoy cansada viene primero tus ganas de jugar.
Me convertí en mamá y descubrí sentidos que un poco se habían atrofiado: el olfato y el tacto por ejemplo.
Esas caricias que nos hacemos para dormir, ese perfume que tienes en tu cabello.
Siempre el mismo perfume, lo reconocería entre millones de olores.
Ese es el tuyo, dulce y suave como tú.
Nunca olvidaré nuestras noches apretados en mezclarnos entre respiraciones al perfume de leche y amor.
Días enteros mirando, memorizar cada pulgada de ti.
Y por más que tuviera un embarazo entero para darte cuenta de que vendrías no pude prepararme para cuánto espacio en el corazón hubieras tomado solo para ti.
En mis ojos, en mis pensamientos, entre mis dedos.
Todo tuyo.
Llegaste a mi vida trayendo una nueva yo hecha de amor y paciencia, de ánimo y de risas.
Una yo que la noche te mira dormir y te besa los labios despacito.
Luego te dibujo un corazón en el cachete con la punta del dedo.
Tú sonríes con los ojos cerrados y yo siento en el pecho un calor que sólo puedo darte a ti, encogiendo fuerte.
Mañana no recordarás que he llorado por ti, por el miedo y la alegría de tenerte.
Pero no importa.
Lo que importa es que no lo olvidaré.
Por eso las mamás no dejan de amar.
Porque no olvidan.