El primer paso a dar es tomar conciencia de que el amor es
un arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos aprender a
amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos
si quisiéramos aprender cualquier otro arte, música, pintura,
carpintería o el arte de la medicina o la ingeniería.
El proceso de aprender un arte puede dividirse convenientemente
en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra, el dominio
de la práctica. Si quiero aprender el arte de la medicina,
primero debo conocer los hechos relativos al cuerpo humano
y a las diversas enfermedades. Una vez adquirido todo ese
conocimiento teórico, aún no soy en modo alguno competente en
el arte de la medicina. Sólo llegaré a dominarlo después de
mucha práctica, hasta que eventualmente los resultados de mi
conocimiento teórico y los de mi práctica se fundan en uno, mi intuición,
que es la esencia del dominio de cualquier arte.
Pero aparte del aprendizaje de la teoría y la práctica,
un tercer factor es necesario para llegar a dominar cualquier arte
-el dominio de ese arte debe ser un asunto de fundamental importancia;
nada en el mundo debe ser más importante que el arte.
Esto es válido para la música, la medicina, la carpintería y el amor-.
Y quizá radique ahí el motivo de que la gente de nuestra cultura,
a pesar de sus evidentes fracasos, sólo en tan contadas ocasiones
trata de aprender ese arte.
No obstante el profundo anhelo de amor, casi todo lo demás
tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder;
dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de
alcanzar esos objetivos y muy poca a aprender el arte del amor.
Erich Fromm
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