Los niños son inocentes por naturaleza y eso les convierte en seres casi
mágicos. No tienen prejuicios, no piensan mal, no sienten odio,
no juzgan al prójimo. Se creen a pies juntillas todo aquello que les decimos
y son capaces de defenderlo allá donde vayan, contra viento y marea.
Son fieles.
Sabéis perfectamente de qué hablo. Nuestra vida cotidiana está llena de ejemplos:
los Reyes Magos, el Ratoncito Pérez, Papá Noel… no importa que
en el mismo día los vean en la tele, en el centro comercial y e
n el cole repartiendo chuches. No piensan más allá, no usan la lógica aburrida
de los adultos. Creen lo que ven, creen lo que les contamos;
eso les hace feliz y punto. No usan el sentido común, afortunadamente
¡digo yo! Ya tendrán tiempo de usarlo cuando sean mayores.
Los niños gozan de unos recursos que nosotros jamás volveremos a tener…
son esos truquitos mágicos que se los dan sus altísimas dosis de INOCENCIA.
Les encanta ponerle a todo un toque de fantasía, les gusta porque en el fondo
se lo creen. Y eso es maravilloso. Esa inocencia les hace
poderosos de verdad.
Lucía Galan
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