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General: LA SANTA BIBLIA DEMUESTRA LAS MENTIRAS DE SATANAS Y SUS ALIADOS.
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La ley es una revelación de la voluntad y del carácter de Dios del Sinaí en su santa Biblia .
De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. Romanos 7:12.
Muchos maestros en religión aseveran que Cristo abolió la ley por su muerte, y que desde entonces los hombres se ven libres de sus exigencias. Algunos la representan como yugo enojoso, y en contraposición con la esclavitud de la ley, presentan la libertad de que se debe gozar bajo el Evangelio.
Pero no es así como los profetas y los apóstoles consideraron la santa ley de Dios. David dice: “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos”. Salmos 119:45. El apóstol Santiago, que escribió después de la muerte de Cristo, habla del Decálogo como de la “ley real”, y de la “perfecta ley, la de la libertad” Santiago 2:8; 1:25. Y el vidente de Patmos, medio siglo después de la crucifixión, pronuncia una bendición sobre los que “lavan sus ropas [o “guardan sus mandamientos”], para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad”. Apocalipsis 22:14.
El aserto de que Cristo abolió con su muerte la ley de su Padre no tiene fundamento. Si hubiera sido posible cambiar la ley o abolirla, entonces Cristo no habría tenido por qué morir para salvar al hombre de la penalidad del pecado. La muerte de Cristo, lejos de abolir la ley, prueba que es inmutable. El Hijo de Dios vino para engrandecer la ley, y hacerla honorable. Isaías 42:21. Y con respecto a sí mismo declara: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmos 40:8.
La ley de Dios, por su naturaleza misma, es inmutable. Es una revelación de la voluntad y del carácter de su Autor. Dios es amor, y su ley es amor. Sus dos grandes principios son el amor a Dios y al hombre. “Así que el cumplimiento de la ley es el amor”. Romanos 13:10. El carácter de Dios es justicia y verdad; tal es la naturaleza de su ley. Dice el salmista: “Tu ley la verdad”; “todos tus mandamientos son justicia”. Salmos 119:142, 172. Y el apóstol Pablo declara: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Semejante ley, expresión del pensamiento y de la voluntad de Dios, debe ser tan duradera como su Autor.
Es obra de la conversión y de la santificación reconciliar a los hombres con Dios, poniéndolos de acuerdo con los principios de su ley. Al principio el hombre fue creado a la imagen de Dios. Estaba en perfecta armonía con la naturaleza y la ley de Dios; los principios de justicia estaban grabados en su corazón. Pero el pecado lo separó de su Hacedor. Ya no reflejaba más la imagen divina... Mas “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”, para que el hombre fuese reconciliado con Dios. Por los méritos de Cristo puede restablecerse la armonía entre el hombre y su Creador..
El valor del estudio de la Biblia
“Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra”. 2 Timoteo 3:16, 17. La Palabra de Dios es como un tesoro que contiene todo lo esencial para perfeccionar al hombre de Dios. Nosotros no apreciamos la Biblia como debiéramos. No estimamos debidamente las riquezas que encierra, ni nos damos cuenta de la gran necesidad que tenemos de escudriñar las Escrituras por nosotros mismos. Los hombres descuidan el estudio de la Palabra de Dios por ir tras intereses mundanales o entregarse a los placeres del momento. Se hace de algún asunto insignificante una excusa que justifique la ignorancia acerca de las Escrituras dadas por inspiración de Dios. Pero sería mejor desechar cualquier cosa de carácter terrenal en vez de este estudio importante en todo sentido, que ha de hacernos sabios para vida eterna.
AL REGRESO DE LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO .
Aparece en el cielo una mano de Dios Padre que sostiene dos tablas de piedra del Sinaí escritas con su dedo puestas una sobre otra. El profeta dice: “Denunciarán los cielos su justicia; porque Dios es el juez”. Salmos 50:6. Esta ley santa del Sinaí , justicia de Dios, que entre truenos y llamas fue proclamada desde el Sinaí como guía de la vida, se revela ahora a los hombres como norma del juicio. La mano de Dios padre abre las tablas en las cuales se ven los preceptos del Decálogo inscriptos como con letras de fuego Éxodo 20:1,17 . Las palabras son tan distintas que todos pueden leerlas. La memoria se despierta, las tinieblas de la superstición y de la herejía desaparecen de todos los espíritus, y las diez palabras de Dios, breves, inteligibles y llenas de autoridad, se presentan a la vista de todos los habitantes de la tierra.
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El mayor peligro para el hogar y la vida de cada ser Humano es rechazar la ley del Sinaí y su santa Biblia .Éxodo 20:1,17 sábado séptimo día sello de Dios Cristo.
Desde el origen de la gran controversia en el cielo, el propósito de Satanás ha consistido en destruir la ley de Dios. Para realizarlo se rebeló contra el Creador y, aunque expulsado del cielo, continuó la misma lucha en la tierra. Engañar a los hombres para inducirlos luego a transgredir la ley de Dios, tal fué el objeto que persiguió sin cejar. Sea esto conseguido haciendo a un lado toda la ley o descuidando uno de sus preceptos, el resultado será finalmente el mismo. El que peca “en un solo punto” manifiesta menosprecio por toda la ley; su influencia y su ejemplo están del lado de la transgresión; y viene a ser “culpado de todos” los puntos de la ley. Santiago 2:10.
En su afán por desacreditar los preceptos divinos, Satanás pervirtió las doctrinas de la Biblia, de suerte que se incorporaron errores en la fe de millares de personas que profesan creer en las Santas Escrituras. El último gran conflicto entre la verdad y el error no es más que la última batalla de la controversia que se viene desarrollando desde hace tanto tiempo con respecto a la ley de Dios. En esta batalla estamos entrando ahora; es la que se libra entre las leyes de los hombres y los preceptos de Jehová, entre la religión de la Biblia y la religión de las fábulas y de la tradición catecismo
Los elementos que se coligarán en esta lucha contra la verdad y la justicia, están ya obrando activamente. La Palabra santa de Dios que nos ha sido transmitida a costa de tanto padecimiento, de tanta sangre de los mártires, no es apreciada debidamente. La Biblia está al alcance de todos, pero pocos son los que la aceptan verdaderamente por guía de la vida. La incredulidad predomina de modo alarmante, no sólo en el mundo sino también en la iglesia. Muchos han llegado al punto de negar doctrinas que son el fundamento mismo de la fe cristiana. Los grandes hechos de la creación como los presentan los escritores inspirados, la caída del hombre, la expiación y el carácter perpetuo de la ley de Dios del Sinaí son en realidad rechazados entera o parcialmente por gran número de los que profesan ser cristianos. Miles de personas que se envanecen de su sabiduría y de su espíritu independiente, consideran como una debilidad el tener fe implícita en la Biblia; piensan que es prueba de talento superior y científico argumentar con las Sagradas Escrituras y espiritualizar y eliminar sus más importantes verdades. Muchos ministros enseñan a sus congregaciones y muchos profesores y doctores dicen a sus estudiantes que la ley de Dios ha sido cambiada o abrogada, y a los que tienen los requerimientos de ella por válidos y dignos de ser obedecidos literalmente, se los considera como merecedores tan sólo de burla o desprecio. CI 64.3
Al rechazar la verdad, los hombres rechazan al Autor de ella. Al pisotear la ley de Dios del Sinaí , se niega la autoridad del Legislador. Es tan fácil hacer un ídolo de las falsas doctrinas y teorías como tallar un ídolo de madera o piedra. Al representar falsamente los atributos de Dios, Satanás induce a los hombres a que se formen un falso concepto con respecto a él. Muchos han entronizado un ídolo filosófico en lugar de Jehová, mientras que el Dios viviente, tal cual está revelado en su Palabra, en Cristo y en las obras de la creación, no es adorado más que por un número relativamente pequeño. Miles y miles deifican la naturaleza al paso que niegan al Dios de ella. Aunque en forma diferente, la idolatría existe en el mundo cristiano de hoy tan ciertamente como existió entre el antiguo Israel en tiempos de Elías. El Dios de muchos así llamados sabios, o filósofos, poetas, políticos, periodistas—el Dios de los círculos selectos y a la moda, de muchos colegios y universidades y hasta de muchos centros de teología—no es mucho mejor que Baal, el dios-sol de los fenicios.
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El Padre Nuestro
Si decimos que no pecamos, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros; 9 pero si confesamos nuestros pecados, Dios nos perdonará. Él es fiel y justo para limpiarnos de toda maldad. 10 Si decimos que nunca hemos pecado es como decir que Dios es un mentiroso y eso indica que no hemos aceptado realmente su enseñanza.1Juan 1:5,10.
Nuestro Salvador dio dos veces el Padrenuestro: la primera vez, a la multitud, en el Sermón del Monte; y la segunda, algunos meses más tarde, a los discípulos solos. Estos habían estado alejados por corto tiempo de su Señor y, al volver, lo encontraron absorto en comunión con Dios. Como si no percibiese la presencia de ellos, él continuó orando en voz alta. Su rostro irradiaba un resplandor celestial. Parecía estar en la misma presencia del Invisible; había un poder viviente en sus palabras, como si hablara con Dios.
Los corazones de los atentos discípulos quedaron profundamente conmovidos. Habían notado cuán a menudo dedicaba él largas horas a la soledad, en comunión con su Padre. Pasaba los días socorriendo a las multitudes que se aglomeraban en derredor suyo y revelando los arteros sofismas de los rabinos. Esta labor incesante lo dejaba a menudo tan exhausto que su madre y sus hermanos, y aun sus discípulos, temían que perdiera la vida. Pero cuando regresaba de las horas de oración con que clausuraba el día de labor, notaban la expresión de paz en su rostro, la sensación de refrigerio que parecía irradiar de su presencia. Salía mañana tras mañana, después de las horas pasadas con Dios, a llevar la luz de los cielos a los hombres. Al fin habían comprendido los discípulos que había una relación íntima entre sus horas de oración y el poder de sus palabras
y hechos. Ahora, mientras escuchaban sus súplicas, sus corazones se llenaron de reverencia y humildad. Cuando Jesús cesó de orar, exclamaron con una profunda convicción de su inmensa necesidad personal: “Señor, enséñanos a orar”.
Jesús no les dio una forma nueva de oración. Repitió la que les había enseñado antes, como queriendo decir: Necesitáis comprender lo que ya os di; tiene una profundidad de significado que no habéis apreciado aún.
El Salvador no nos limita, sin embargo, al uso de estas palabras exactas. Como ligado a la humanidad, presenta su propio ideal de la oración en palabras tan sencillas que aun un niñito puede adoptarlas pero, al mismo tiempo, tan amplias que ni las mentes más privilegiadas podrán comprender alguna vez su significado completo. Nos enseña a allegarnos a Dios con nuestro tributo de agradecimiento, expresarle nuestras necesidades, confesar nuestros pecados y pedir su misericordia conforme a su promesa.
1 Juan 1-> Ver. 9
[V.9-> Confesamos. Gr. homologéō, “decir la misma cosa”, “reconocer”, “confesar” (ver com. Rom 10:9); de homós, “igual”, y légō, “decir”. Pecados. Gr. hamartía (ver com. 1Jn 3:4). Las palabras de Juan muestran que se daba cuenta de que los cristianos sinceros a veces caen en el pecado (cf. com. 1Jn 2:1) Tambien es claro que está hablando de actos específicos de pecado, y no de pecado como un principio maligno presente en la vida. Por lo tanto, la confesión debe ser mas especifica que la simple admisión de que se ha pecado. El reconocimiento de la naturaleza precisa de un pecado y la comprensión de los factores que han llevado a cometerlo, son esenciales para la confesión y para adquirir la fuerza necesaria a fin de resistir una tentación similar cuando reaparezca (5T 639). No estar dispuestos a ser específicos podría revelar la ausencia del verdadero arrepentimiento y la falta de un deseo real de todo lo que implica el perdón (CC 40). En cuanto a la estrecha relación que existe entre la confesión y el arrepentimiento, ver com. Eze 18:30; 5T 640. El contexto da a entender que el autor espera que la confesión sea hecha a Dios, pues sólo él “es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”; por lo tanto, no se necesita un intercesor humano, ningún sacerdote, para que nos absuelva de pecado. Acudimos a Dios no únicamente porque sólo él puede “limpiarnos” sino porque hemos pecado contra él. Esta verdad se implica a todo pecado. Si el pecado es también contra alguna persona, entonces la confesión debe hacerse a esa persona y también a Dios (5T 645-646; DTG 751). Los alcances de la confesión deben medirse por los alcances del daño causado por nuestro mal proceder (cf. com. Pro 28:13). El es fiel. El único elemento de incertidumbre en el proceso de la confesión y del perdón está en el pecador. Si el hombre confiesa de verdad, es seguro el perdón del Señor. La fidelidad es una de las más destacadas cualidades del Señor (1Co 1:9; 1Co 10:13; 1Ts 5:24; 2Ti 2:13; Heb 10:23). Juan realza aquí la fidelidad de Dios para otorgar el perdón (cf. com. Exo 34:6-7; Miq 7:19). ¡Con cuánta frecuencia se renuncia a la paz por dudar de la fidelidad de Dios! Satanás hace todo lo que puede para quebrantar nuestra fe en el solícito interés que el Señor tiene en nosotros como individuos (DMJ 95). Se siente satisfecho de que creamos que Dios cuida de muchos o de la mayoría de sus hijos siempre y cuando pueda inducirnos a dudar de que él cuida en forma personal de nosotros. Siempre necesitamos recordar el poder divino que impedirá que caigamos (Jud 1:24); y si caemos por no recurrir a ese poder, 651 debemos acudir, arrepentidos, ante el trono de la misericordia y de la gracia en busca de perdón (cf. Heb 4:16; Jn 2:1). Justo. Gr. díkaios, “justo” o “recto” (ver com. Mat 1:19). Dios es un juez justo, y su justicia es más evidente si se contrasta con “toda” nuestra “maldad [adikía]. Felizmente para nosotros su justicia está atemperada con misericordia. Perdonar. Gr. afi’mi, verbo usado en el NT con diversos significados: “enviar”, “despedir”, “irse”, “Perdonar”; sin embargo, cuando se usa en relación con “pecado”, uniformemente se traduce como “perdonar” (ver com. Mat 6:12; Mat 26:28). La fidelidad y la justicia de Dios se manifiestan más completamente dentro del ámbito del perdón. En cuanto al perdón, ver com. 2Cr 7:14; Sal 32:1; Hch 3:19. Nuestros pecados. Es decir, los pecados específicos que hemos confesado. El Señor está listo a perdonar al pecador arrepentido, pero perdonar no significa de ninguna manera tolerar. Los pecados confesados son quitados por el Cordero de Dios (Jn 1:29). El bondadoso amor de Dios acepta al pecador arrepentido, le quita el pecado que confiesa y aparece delante del Señor cubierto con la perfecta vida de Cristo (Col 3:3; Col 3:9-10; PVGM 252-254). El pecado ha desaparecido, la condición del pecador es la de un hombre nuevo en Cristo Jesús. Y limpiarnos. La frase “limpiarnos de toda maldad” puede entenderse como relacionada con “perdonar nuestros pecados”, o como que presenta un proceso distinto del perdón, y que viene después de él. Ambas ideas son correctas cuando se aplican al diario vivir del cristiano. Todo pecado mancha, y cuando el pecador es perdonado queda limpio de los pecados que le han sido perdonados. Cuando David confesó su gran pecado, oró: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio” (Sal 51:10). El propósito del Señor es limpiar al pecador arrepentido de toda maldad. El pide perfección moral de sus hijos (ver com. Mat 5:48), y ha provisto lo necesario para que cada pecado pueda ser resistido con éxito, y vencido (ver com. Rom 8:1-4). Mientras vivamos habrá nuevas victorias que ganar y nuevas alturas que escalar. Esta limpieza cotidiana del pecado y el crecimiento en la gracia, se llama santificación (ver com. Rom 6:19). El primer paso redentor que Dios obra en favor del pecador, cuando éste acepta a Cristo y se aparta de su pecado, se llama justificación (ver com. Rom 5:1). Es posible ver esos dos procesos en las palabras de Juan, pero no se puede saber si el apóstol pensaba en la distinción entre esos pasos en la salvación. Es más probable que estuviera pensando en la limpieza que acompaña al perdón, aunque sus palabras pueden tener una aplicación más amplia. De toda maldad. Esta declaración abarcante aclara cuán completamente está Dios dispuesto a eliminar la maldad de los que han confesado sus pecados y han sido perdonados; pero el pecador debe cooperar con Dios abandonando el pecado. Si se sigue el plan bíblico, la limpieza será completa. Es necesario vigilar cuidadosamente en oración para impedir que renazcan los antiguos hábitos de pensamiento y conducta (Rom 6:11-13; 1Co 9:27). La acción de la voluntad es decisiva, pero la voluntad es débil y vacilante hasta que Cristo la limpie y fortalezca. El corazón engañoso con frecuencia tiene un anhelo oculto propenso a sus antiguos hábitos de vida, y presenta muchas excusas para justificar una continua complacencia de esos hábitos. Para no caer en el pecado es imprescindible estar continuamente alerta frente al peligro, y también se necesita una renovación diaria de los buenos propósitos (CC 52), pues el ciclo no puede hacer nada por la persona a menos que acepte la gracia y el poder de Cristo para erradicar cada deseo pecaminoso y cada mala tendencia de su vida. Ver com. Jn 3:6-10; Jud 1:24. ]
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