Destellos de un dorado amanecer la segunda venida de Cristo .
Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre. Mateo 24:27.
Mientras todo el mundo esté sumido en tinieblas, habrá luz en toda morada de los santos. Percibirán la primera vislumbre de su segunda aparición.
Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de obscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo del hombre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la tierra, volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador. Ya no es “varón de dolores”, que haya de beber el amargo cáliz de la ignominia y de la maldición; victorioso en el cielo y en la tierra, viene a juzgar a vivos y muertos. “Fiel y veraz”, “en justicia juzga y hace guerra”. “Y los ejércitos que están en el cielo le seguían”. Apocalipsis 19:11, 14 (VM). Con cantos celestiales los santos ángeles, en inmensa e innumerable muchedumbre, le acompañan en el descenso. El firmamento parece lleno de formas radiantes,—“millones de millones, y millares de millares”. Ninguna pluma humana puede describir la escena ni mente mortal alguna es capaz de concebir su esplendor. “Su gloria cubre los cielos, y la tierra se llena de su alabanza. También su resplandor es como fuego”. Habacuc 3:3, 4 (VM). A medida que va acercándose la nube viviente, todos los ojos ven al Príncipe de la vida. Ninguna corona de espinas hiere ya sus sagradas sienes, ceñidas ahora por gloriosa diadema. Su rostro brilla más que la luz deslumbradora del sol de mediodía. “Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores”. Apocalipsis 19:16.
Con las cabezas levantadas, con los brillantes rayos del Sol de Justicia refulgiendo sobre ellos, regocijándose porque su redención está cerca, [los santos vivos] salen en busca del Esposo, diciendo: “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará”. Isaías 25:9