Primeros Escritos
Los dones espirituales
La caída de Satanás
Satanás fué una vez un ángel a quien se honraba en el cielo, el que seguía en orden a Cristo. Su semblante, como el de otros ángeles, era benigno y denotaba felicidad. Su frente, alta y espaciosa, indicaba poderosa inteligencia. Su figura era perfecta, y su porte noble y majestuoso. Pero cuando Dios dijo a su Hijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen,” Satanás sintió celos de Jesús. Deseó que se le consultase acerca de la formación del hombre, y porque esto no se hizo, se llenó de envidia, celos y odio. Deseó recibir los más altos honores después de Dios, en el cielo. PE 145.1
Hasta entonces todo el cielo había estado en orden, armonía y perfecta sumisión al gobierno de Dios. Rebelarse contra su orden y voluntad era el mayor pecado. Todo el cielo parecía estar en conmoción. Los ángeles fueron reunidos en compañías, teniendo cada división a su cabeza un ángel superior que la comandaba. Satanás, deseoso de exaltarse, no queriendo someterse a la autoridad de Jesús, sembraba insinuaciones contra el gobierno de Dios. Algunos de los ángeles simpatizaban con Satanás en su rebelión, y otros contendían esforzadamente por el honor y la sabiduría de Dios al dar autoridad a su Hijo. Hubo contienda entre los ángeles. Satanás y los que simpatizaban con él luchaban por reformar el gobierno de Dios. Querían escudriñar su insondable sabiduría, y averiguar cuál era su propósito al ensalzar a Jesús y dotarle de tan ilimitado poder y comando. Se rebelaron contra la autoridad del Hijo. Toda la hueste celestial fué convocada para que compareciese ante el Padre a fin de que se decidiese cada caso. Se determinó allí que Satanás fuese expulsado del cielo, con todos los ángeles que se le habían unido en la rebelión. Hubo entonces guerra en el cielo. Los ángeles se empeñaron en batalla; Satanás quiso vencer al Hijo de Dios y a aquellos que se sometían a su voluntad. Pero prevalecieron los ángeles buenos y fieles, y Satanás, con sus secuaces, fué expulsado del cielo. PE 145.2
Después que Satanás y los que cayeron con él fueron echados del cielo, y él se dió cuenta de que había perdido para siempre toda la pureza y gloria de aquel lugar, se arrepintió, y quiso ser reintegrado allí. Estaba dispuesto a ocupar su propio lugar, o cualquier puesto que se le asignase. Pero no; el cielo no debía ser puesto en peligro. Todo el cielo podría contaminarse si se le recibía de vuelta; pues el pecado había comenzado con él, y la semilla de la rebelión estaba en su fuero interno. Tanto él como sus secuaces lloraron, e imploraron que se los volviese a recibir en el favor de Dios. Pero su pecado—su odio, su envidia y sus celos—habían sido tan grandes que Dios no podía borrarlos. Ese pecado había de subsistir para recibir su castigo final. PE 146.1
Cuando Satanás se dió plena cuenta de que no había posibilidad de que regresase al favor de Dios, su malicia y su odio comenzaron a manifestarse. Consultó a sus ángeles, y trazó un plan para seguir obrando contra el gobierno de Dios. Cuando Adán y Eva fueron puestos en el hermoso huerto, Satanás estaba haciendo planes para destruirlos. De ningún modo podía verse privada de su felicidad esa pareja dichosa si obedecía a Dios. Satanás no podía ejercer su poder contra ella a menos que primero desobedeciesen a Dios y perdiesen su derecho al favor divino. Había que idear algún plan para inducirlos a desobedecer a fin de que incurriesen en la desaprobación de Dios y fuesen puestos bajo la influencia más directa de Satanás y sus ángeles. Se decidió que Satanás asumiría otra forma y manifestaría interés en el hombre. Tenía que hacerle insinuaciones contra la veracidad de Dios y crear dudas acerca de si Dios quería decir precisamente lo que decía; luego, excitar la curiosidad de la pareja e inducirla a tratar de inmiscuirse en los planes insondables de Dios—es decir cometer el mismo pecado del cual Satanás se había hecho culpable—y razonar acerca de la causa de sus restricciones con respecto al árbol del conocimiento.