Acostumbrarse uno a sus ejercicios y métodos, al finaldebería
poder hacer únicamente el número exacto de viajes requeridossin poner en
peligro a ningún pasajero. También era necesarioreconocer el hecho de que en el
caso del hombre, el cordero y la col, eranecesario llevar a algún pasajero de
vuelta, aunque quizás pareciese una pérdida de tiempo. Utilizó el mismo
"acertijo" como ejemplo de los"centros" o
"cerebros" del hombre; el hombre representaba al "Yo" o ala
conciencia, y los otros tres, a los centros físico, emocional y mental.Pasamos
unas dos horas repitiendo todos los tacos que yo sabía, asícomo cuantas
expresiones obscenas se me ocurrieron. Hacia las siete, le pareció que ya sabía
el suficiente vocabulario de "argot" para la cena.Inevitablemente,
empecé a preguntarme qué clase de gente vendría acenar. Al terminar la clase,
me dijo Gurdjieff que para eso me habíaestado buscando, dado que yo fui la
primera persona que, unos añosantes, le había dado a conocer el sabor y el
sentido de palabras como"camelo" y "barruntar"; esos
términos, al parecer, le habían venido muy bien en las conversaciones con sus
alumnos americanos. —Son palabras muy buenas —dijo— crudas, toscas, sin
refinar... comovuestro país.Cuando llegaron los invitados, vi que eran un grupo
de neoyorquinos bien trajeados y de buenos modales; como Gurdjieff había ido
aarreglarse para la cena, los saludé y, según instrucciones del
propioGurdjieff, les serví una bebida.El no apareció hasta que la mayoría de
los invitados llevaba en suapartamento casi media hora, y, al saludarlos,
presentó sus excusas por el retraso, y se mostró muy efusivo en sus elogios de
la belleza de lasdamas; dijo que se sentía muy honrado al ver que ellas
accedían a ser huéspedes de un hombre pobre y humilde como él. Me sentí
violento por lo que me pareció una forma muy burda de adulación y por la
presentación que hacía de sí mismo, como un anfitrión muy obsequiosoque se sabe
indigno de sus invitados. Sin embargo, comprobé, consorpresa, que su actitud
dio óptimos resultados.Antes de sentarse a la mesa, todos los invitados se
mostraban contentosy amables (sólo habían tomado una copa, así que no era por
el alcohol),y empezaron a hacerle preguntas, en un tono humorístico y
superior,sobre su trabajo y el motivo por el que había venido a América. El
tonogeneral de las preguntas era aburrido —muchos de los presentes eran
periodistas o reporteros—, y se comportaban como si les hubiesenencargado
entrevistar a un chiflado. Pronto vi que tomaban nota,mentalmente, de sus respuestas,
e imaginé el tipo de entrevista"divertida" que escribirían. Después
de un rato de interrogatorio por parte del grupo, noté que la voz de Gurdjieff
cambiaba de tono, y,mientras le observaba, me miró de reojo y me hizo un guiño
repentino.Procedió entonces a decirles que, como todos ellos eran
individuossuperiores, sabían, sin duda —ya que hasta una persona tan
sencillacomo él lo sabía también— que la humanidad, en general, seencontraba en
unas condiciones muy tristes, y que sólo podía pensarseque había degenerado
hasta convertirse en materia de desecho, o,empleando un término conocido para
todos, en pura "mierda". Esatransformación de la humanidad en algo
carente de valor era obvia,sobre todo, en los Estados Unidos, y ésa era la
razón por la que habíavenido: para observarla. Prosiguió diciendo que la causa
principal deltriste estado del género humano era que a la gente —especialmente
en Norteamérica— nunca le motivaban la inteligencia ni los buenossentimientos,
sino sólo las necesidades —sucias, por lo general— desus órganos sexuales; por
supuesto, utilizaba, al decirlo, todos los tacosque había practicado antes
conmigo. Señaló a una mujer muy bienvestida y muy guapa, elogió su peinado, su
ropa, su perfume... y dijoque, aunque tal vez no quisiera que nadie conociese
los motivos que laimpulsaban ni supiera nada de sus ocultos deseos, podía ser
sincera conél: la razón de haberse arreglado con tanto esmero era que tenía
unfuerte deseo sexual (él lo expresó diciendo "ganas de joder") hacia
una persona en particular, y ese deseo la atormentaba tanto que usabacuantos
medios tenía a su alcance para llevarse a esa persona a la cama.Dijo que su
deseo era especialmente fuerte porque contaba con una poderosa imaginación, que
le permitía verse a sí misma realizando todotipo de actos sexuales con ese
hombre —"como, por ejemplo, ¿cómollaman ustedes en inglés? ¿sesenta y
nueve?" —. De ese modo, ayudada por la imaginación, había llegado a un
punto en que estaba dispuesta ahacer cualquier cosa por lograr su objetivo. Aunque
los comensalesestaban bastante sorprendidos (por no decir
"excitados") al oír talesdisertaciones, antes de que ninguno de ellos
tuviera tiempo dereaccionar, él se enfrascó en una descripción de sus
habilidadessexuales y de su gran imaginación, y aseguró que era capaz de
realizar actos sexuales de increíble variedad, tales como la dama en cuestión
noera siquiera capaz de imaginar. Se lanzó después a la descripcióndetallada de
las costumbres sexuales de diversas razas y culturas. Seña-ló que, aunque los franceses
tenían fama mundial por sus proezassexuales, convenía que tomaran nota de que
ellos, tan civilizados,usaban palabras como "Mamá" y "Mimi"
para denominar algunas desus prácticas pervertidas y contra natura. Añadió, sin
embargo, que paraser justo con los franceses, debía puntualizar que eran, en
realidad, personas de gran moralidad y que se les entendía e interpretaba mal
enlas cuestiones relacionadas con el sexo. Los invitados habían bebido mucho
durante la cena —buen coñacañejo, como siempre— y, después de dos horas de
conversación de tonosubido y salpicada de abundantes tacos, se sintieron por
completodesinhibidos. Ya fuera porque todos creyeran y aceptaran que se
leshabía invitado a una orgía o por cualquier otra razón, el resultado fue,en
realidad, una orgía o, al menos, el comienzo. Gurdjieff les incitabahaciendo
elaboradas descripciones de los órganos sexuales masculinosy femeninos y
algunos de sus empleos más imaginativos; por último,los invitados, en su mayor
parte, se amontonaron en grupos en lasnumerosas habitaciones del apartamento,
en diversos grados dedesnudez. La dama tan bien vestida se las arregló para
meterse conGurdjieff detrás del mueble bar y estaba muy ocupada tratando
deseducirlo, ejercitando su "poderosa imaginación".En cuanto a mí, me
vi acorralado en la cocina por una señora atractiva eimponente, que me dijo que
era una verdadera vergüenza que Gurdjieff usara tales palabras en mi presencia,
ya que no tendría más de diecisieteaños. Con gran sinceridad, le dije que era
yo quien le había enseñadotodos esos tacos, y lo encontró divertidísimo; empezó
a besuquearme ya manosearme, pero yo retrocedí y le dije que, por desgracia,
tenía quefregar los platos. Al sentirse rechazada me miró echando chispas por
losojos y me dijo que, si no aceptaba sus caricias se debía, sin duda, a queyo
era "el mancebo de ese viejo verde", y que lo único que deseaba esque
él "me jodierá". Quedé atónito al oír sus palabras, pero recordé
lareputación de Gurdjieff, la depravación sexual que se le atribuía, y permanecí
en silencio.Aunque el resto de los invitados estaba aún entregado con
granentusiasmo a diversas prácticas, Gurdjieff, de improviso, sedesembarazó de
la dama que estaba con él y exclamó, en tonoestentóreo, que todos ellos habían
confirmado sus observaciones sobrela decadencia americana, y que no hacía falta
que prosiguieran lademostración. Señaló a varios individuos, se burló de
sucomportamiento y les dijo que si ahora eran, gracias a él,
parcialmenteconscientes de su verdadera naturaleza, habría sido una lección de
granimportancia para ellos. Añadió que merecía que se le pagara unalección como
aquella, y que estaba dispuesto a aceptar cheques o dineroen efectivo. No me
sorprendió demasiado, conociéndole y habiendo presenciado su actuación,
descubrir que había recogido varios miles dedólares. Aún me sorprendió menos
oír a uno de los invitados, que medijo "de hombre a hombre", que
Gurdjieff, que se hacía pasar por filósofo, tenía sobre el sexo las mejores
ideas que había oído nunca, yque contaba con una "tapadera" para
ocultar sus orgías mejor que la denadie que él hubiera conocido.Cuando se fue
todo el mundo, terminé de lavar los platos y vi, conasombro, que Gurdjieff
entraba en la cocina y se ponía a secarlos y arecogerlos. Me preguntó qué me
había parecido la reunión, y le dije,lleno de justicia e inocencia, que la
había encontrado repugnante.También le conté mi enfrentamiento con aquella
señora en la cocina, ysu descripción de mis relaciones con él. Se encogió de
hombros ycontestó que, en tales casos, los hechos eran lo importante, lo
únicoverdadero, y que nunca tenía que preocuparme la opinión de los
demás.Después, se echó a reír y me dirigió una mirada penetrante. —Ahora,
necesito hacerte una pregunta —dijo—: ¿por qué te ha parecido repugnante lo ocurrido?Cuando
estaba a punto de salir de su casa, me detuvo y volvió areferirse a mi
experiencia con aquella señora. —Seguro que ella tiene fuertes tendencias
homosexuales —explicó—,ésa es la razón por la que te eligió a tí, porque, con
tu aspecto juvenil, puedes parecer una chica. Pero no te preocupes por lo que
ha dicho. Lasmurmuraciones respecto al sexo dan buena reputación en tu país,
asíque no tiene importancia, tal vez "te hayas apuntado un tanto",
como sedice. Algún día aprenderás más cosas del sexo, pero tendrás
queaprenderlas por tí mismo, no puedo enseñártelas yo.
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