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General: MATRIMONIO INFANTIL EN AFGANISTÁN - PEDOFILIA
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 05/07/2022 16:53
Vender a una niña por comida:
“Se presentaron varios pretendientes e intenté escoger al más joven”
En Afganistán, el número de matrimonios infantiles y de venta de bebés aumenta con la pandemia y la pobreza

                                                                                                                                                                                                                                                                                               Afasana, una niña de ocho años vendida para contraer matrimonio
MATRIMONIO INFANTIL - PEDOFILIA
Los 'bacha bazi', niños prostituidos y disfrazados 
de mujeres para el entretenimiento de los hombres afganos
          ÁNGEL SASTRE
Con tan solo ocho años, Afasana se muestra pensativa, cabizbaja; esboza una sonrisa leve, forzada. Ayer llovió, se peina el pelo con el barro, imagina trenzas. Sabe que en 20 días se casará con un desconocido. Su padre le contó la historia como un cuento de princesas, hizo los arreglos y eligió al mejor postor, quien se llevará la mano de su hija por unos 2.300 euros.
 
Sus respuestas suelen ser escuetas. ¿Estás contenta con tu futuro marido, feliz de tu futura vida? “Al menos podré comer dos veces al día”, afirma. Su padre, Yasee, tampoco levanta la mirada; parece avergonzado. Se coloca el shemagh —pañuelo tradicional— a modo de turbante para paliar los efectos del sol, siempre abrasador. “Claro que no quería hacer esto, pero tras la llegada de los talibanes perdí mi trabajo como barrendero. Tuvimos que venir de Kabul a esta aldea remota de la provincia de Kandahar, donde vivía un tío mío con su familia. En teoría, iba a obtener un empleo en las plantaciones de amapolas para procesar el opio, pero el régimen ha decretado que esta sea la última cosecha, y apenas necesitan jornaleros. Sin dinero, no teníamos otra opción”, justifica.
 
“Se presentaron varios pretendientes e intenté escoger al más joven. Tiene unos 25 años, parece de buena familia y dice que permitirá a la niña ir a la escuela. Estamos todos tristes; Afasana llora por las noches. Todo irá bien, inshallah (si Dios quiere)”, agrega.
 
La economía de Afganistán ya estaba en crisis. Cuando la guerrilla talibán tomó el poder a mediados de agosto de 2021, durante el caótico retiro de las tropas de Estados Unidos, se originó la tormenta perfecta. La comunidad internacional decidió congelar los fondos de ayuda, que suponían más del 75% del presupuesto nacional. Las consecuencias han sido devastadoras en un país asolado por 20 años de conflicto, sequía, crudos inviernos, hambre y, por último, el terremoto que sacudió la madrugada del miércoles 22 de junio el este del país, en la frontera con Pakistán, causando la muerte de más de un millar de personas.
 
Naciones Unidas ha alertado de que la población de Afganistán atraviesa una crisis de desnutrición “sin parangón”, e indica que la cifra de personas que sufre hambre aguda ha aumentado de 14 millones en julio de 2021 a 23 millones en marzo de este año. Más de 3,5 millones de niños necesitan tratamiento nutricional.
 
Las niñas perdidas
Las historias truculentas se repiten en esta aldea rural de las montañas de Kandahar, corazón de la cultura talibán. Afshin, de tres años, juega con Afasana. Ella también ha sido vendida, pero todavía no lo sabe. Pone carantoñas, aprieta los labios, sus mofletes rojizos se hinchan, el polvo cubre los ojos. Es periodo de Ramadán y el ayuno impuesto por los preceptos del Corán hace que la gente espere con ansia la puesta de sol, para poder comer y beber. Su padre, Rangui, se muestra inquieto. “Escapé de Kunar —otra provincia de Afganistán— asediado por las deudas. Pero me encontraron y ahora amenazan con matarme si no pago los 5.000 dólares [4.700 euros] que fui acumulando entre gastos y el juego, mi debilidad. Un secuaz de mi acreedor llegó hasta el asentamiento y eligió a una de mis hijas como pago”, explica.
 
Yorian, el cacique de la aldea, recorre un callejón oscuro hasta otra casa. Allí, un recién nacido llora, tan solo tiene 14 días. “Su destino ya está cerrado”, asegura. “A veces se llegan a ofertas, incluso cuando todavía el niño no ha nacido”, explica, mientras muestra orgulloso algunos de los menores de edad que están a la venta. Ellos le rodean y el patriarca les acaricia la cabeza. “Casi todas las familias están dispuestas a llegar a un acuerdo; sus postores lo consideran beneficencia porque les darán una vida mejor. Los precios rondan entre los 500 y 2.500 dólares [300 y 2.300 euros]”, sentencia.
 
Arreglar matrimonios con niñas menores de edad es una práctica común en varias regiones de Afganistán. La familia del novio paga el dinero para cerrar el trato, y la pequeña, generalmente, permanece con sus padres hasta que cumple al menos 15 años. Eso en el mejor de los casos. La ONU estima que el 28% de las mujeres afganas en la franja de edad entre los 15 y los 49 años se casan antes de la mayoría de edad. Con el anterior Gobierno, la edad mínima legal permitida para el matrimonio era de 16 años; sin embargo, y como señalaba Save the Children en su informe del 2016, ya se obligaba a las niñas a casarse incluso a edades tan tempranas como los 10 años. Las transacciones se realizan en mano y los matrimonios, oficiados por algún clérigo, se cierran en cuestión de horas, sin papeles. De esta manera, la comunidad acepta la relación, sin considerarla pecaminosa.
 
Incluso antes de la vuelta de los talibanes, Unicef había registrado 183 matrimonios infantiles y 10 casos de venta de niños y niñas durante 2018 y 2019 en las provincias de Herat y Baghdis, declaró en noviembre de 2021 Henrietta Fore, directora ejecutiva de la organización. Los niños y niñas tenían entre seis meses y 17 años.
 
Para llegar hasta la colindante provincia de Helmand, otras de las más empobrecidas de Afganistán, hay que atravesar desiertos, plantaciones de adormideras y carreteras que serpentean montañas. En el camino hay múltiples aldeas donde la pobreza es extrema.
 
En una casa de adobe vive la familia Qurban. Rasua sale a encender el fuego para calentar una caldera con aush goshti —caldo de tomate—. Da vueltas y vueltas, mientras se acaricia la barba. Hasta que aparece Afzal, su hija de cuatro años. Mete la mano en el puchero con una trozo de pan y, mientras lo saborea, se sienta su lado. Su padre comienza el relato: “Demasiadas deudas, era imposible pagar. Mi patrón llegó un día y se quedó con la más bella. Él vendrá pronto. Es cuestión de tiempo”.
 
Los 'bacha bazi', niños prostituidos y disfrazados de mujeres para el entretenimiento de los hombres afganos
Mientras compraba para su familia, Noor, de 14 años, fue secuestrado por un tendero, agredido y obligado a bailar maquillado y vestido de mujer para hombres adinerados. Avergonzado y sin nadie a quien acudir, Noor aceptó quedarse con él y seguir bailando en sus fiestas. Nunca regresó a casa. Se convirtió en el ‘bacha bazi’ de un poderoso comerciante afgano y su grupo de amigos a los cuales amenizaba sus juergas. Pero lo peor venía después. Cuando la música se apagaba, el joven era sometido a abusos sexuales, a veces por parte de su ‘dueño’, a veces en grupo.
 
Las tradiciones sociales arcaicas y las normas de género profundamente arraigadas han mantenido a gran parte del Afganistán rural en un estado medieval de purgatorio. Quizás la tragedia más deplorable, una que en realidad se ha vuelto más desenfrenada en los últimos años, es la práctica del ‘bacha bazi’, el ‘compañerismo sexual’ entre hombres poderosos y sus reclutas adolescentes.
 
El ‘bacha bazi’ o ‘boy play’ –como se denominan en inglés— es una práctica que ha estado ocurriendo durante siglos en Afganistán. Ampliamente practicada y tolerada, es una forma de abuso sexual camuflada bajo la tradición y callada por el dinero de los poderosos o señores de la guerra afganos. Convertidos en juguetes sexuales, estos menores, la mayoría huérfanos o provenientes de familias pobres, son obligados a bailar en fiestas de hombres ricos que se aprovechan de su situación y los obligan a trabajar como ‘bailarines’ bajo su posesión a cambio de una lismona; y después de la ceremonia, la verdadera tortura, estos chicos son llevados a casas privadas donde son violados y abusados sexualmente.
 
Noor tuvo suerte. Un vecino dio parte a la organización War Child Protección, que alertó a la policía. El comerciante y los asistentes a estas juergas fueron detenidos y el pequeño devuelto a su familia. Pero esto no suele ser lo habitual, dentro de un sistema corrupto, los casos rara vez se reconocen o procesan, por lo que los niños saben que reportar el abuso solo puede empeorar su ya desesperada situación, denuncia en un informe la War Child.
 
Ahora, con Afganistán en manos de los talibán, se teme que esta práctica prolifere. Y es que ahora que las mujeres no podrán bailar en público y con una estricta segregación de género en la sociedad afgana, se teme que esto contribuya a propagar la práctica. La violencia doméstica, el analfabetismo y la pobreza aumentan la vulnerabilidad de los niños al abuso y la explotación, y en Kabul se estima que hay 65.000 niños que viven en la pobreza y que son vulnerables a este tipo de abusos, según Unicef.
 
¿Quiénes son las víctimas?
Afganistán ha ocupado habitualmente los últimos puestos de los índices mundiales de actividad económica. Con un PIB per cápita de 508 dólares anuales, el menor de la región y uno de los más bajos del mundo, un 72% de la población afgana (el país tiene 38 millones de habitantes) vivía bajo el umbral de la pobreza ya antes del asalto talibán al poder. 6,8 millones de personas corren el riesgo de padecer inseguridad alimentaria aguda, según un informe de Fewsnet.
 
Degradante y dañina, la subcultura generalizada de la pedofilia en Afganistán constituye una de las violaciones continuas más atroces de los derechos humanos en el mundo. Muchos muchachos se ven obligados a vagar por las calles para encontrar trabajo o algo que llevarse a la boca. Algunos hombres, a menudos ricos o influyentes, se aprovechan de esta situación y obligan a los niños, normalmente chavales de entre 14 y 18 años, a trabajar como ‘bailarines’ bajo su posesión. Despojados de su identidad, se le hace vestirse como mujeres, maquillarse e incluso llevar pechos falsos y campanillas alrededor de los tobillos para bailar en fiestas y después participar en actos sexuales con hombres mucho más mayores que ellos.
 
«Las tradiciones sociales arcaicas y las normas de género profundamente arraigadas han mantenido a gran parte del Afganistán rural en un estado medieval de purgatorio»
 
El desequilibrio de poder entre los jóvenes y estos hombres coloca a estos críos en una posición de vulnerabilidad extrema, muchos de ellos, incluso, subordinados sexuales de un hombre o grupo de hombres durante un tiempo prolongado; sin embargo, cuando llegan a los 19 años o comienzan a tener barba sus dueños lo liberan, pero el daño psicológico causado por años de abusos y aislamiento social y un bajo nivel de escolaridad obstaculiza la reintegración social.
 
De esta forma, debido a las dificultades para encontrar trabajo, algunas víctimas de ‘bacha bazi’ se convierten en abusadores dentro de la práctica; otros, recurren a las drogas y al alcohol como mecanismo de supervivencia, apunta The Swedish Development Forum en un informe.
 
Silencio y vergüenza
En 2017, el entonces gobierno afgano de Ashraf Ghani Ahmadzai aprobó una ley que oficializaba la prohibición y criminalización de la práctica bacha bazi. Concretamente, los artículos 579 a 586 del capítulo cinco de esta norma protegen a los niños del abuso sexual, incluidos aquellos que son usados como mero entretenimiento de adultos y por las Fuerzas de Seguridad Nacional de Afganistán (ANSF). Sin embargo, ante las deficiencias del sistema de justicia, hoy ya en manos talibán, las leyes rara vez se aplican a delincuentes poderosos y la policía ha sido, según informes, cómplice de los delitos relacionados.
 
«El desequilibrio de poder entre los jóvenes y estos hombres coloca a estos críos en una posición de vulnerabilidad extrema, muchos de ellos, incluso, subordinados sexuales de un hombre o grupo de hombres durante un tiempo prolongado»
 
El tabú a hablar de tales incidentes porque la gente no confía en el sistema legal y por la vergüenza asociada con la práctica es cada vez mayor. La sociedad culpa a las víctimas más que al perpetrador; y es que en Afganistán, el orgullo de una familia y tener una buena reputación y estatus es más importante que cualquier otra cosa. Además, no podemos olvidar que estos abusos son practicados por poderosos e influyentes, lo que dificulta que las víctimas y sus familias busquen ayuda. The European Asylum Support Office denuncia que las víctimas, al solicitar ayuda, han recibido amenazas, castigos y palizas e incluso, en algunos casos, han sido devueltas a sus agresores; como el caso de un niño que se escapó a Irán durante dos años pero cuando regresó a su aldea fue capturado por hombres armados que lo devolvieron a ‘bacha bazi’.
 
De esta forma, con la llegada de los talibán, que ya habían gobernado Afganistán entre 1996 y 2001, la incertidumbre crece, y todo apunta a que la corrupción, la anarquía y la pobreza permitirán que el negocio prospere.
 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 05/07/2022 16:56
 
 

 
 
 

 


 
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