Virgencita mía, mi amiga del cielo, mi Madre adorada, mi dulce consuelo. Hoy como otros días, te llamo y te ruego perdones mis faltas, perdones mis miedos, el olvido ingrato de favores viejos, y mi frialdad... ¡es débil el cuerpo! Hoy, como otros días, acudo a tu encuentro, sabes lo que sufro, sabes lo que siento, y si no conviene cumplir mi deseo puedes, Virgencita, mitigar mi duelo. Yo me acerco a ti, de quien todo espero, porque eres mi reina mi Madre en el cielo. Y hoy, como otros días, tu abrazo está abierto, yo siempre rogando, siempre recibiendo de tu caridad... sin seguir tu ejemplo, ¡perdón, Virgencita, por mi atrevimiento!. Sé que tú me amas, tú sabes te quiero, y espero de ti, por tu amor sincero, ese amor que dio a tu hijo en precio, atiendas mis súplicas, escuches mis ruegos, y nos des la paz y al final el cielo.
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