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De: Rojita (Mensaje original) |
Enviado: 23/09/2009 18:23 |
![Pio da Pietrelcina (1880-1951)](http://www.vatican.va/news_services/liturgy/2002/img/20020616_padre-pio.jpg)
PADRE PIO DE PIETRELCINA
“En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14).
Padre Pío de Pietrelcina, al igual que el apóstol Pablo, puso en la cumbre de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido decir “con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19). Derramó sin parar los tesoros de la graciaque Dios le había concedido con especial generosidad a través de su ministerio, sirviendo a los hombres y mujeres que se acercaban a él, cada vez más numerosos, y engendrado una inmensa multitud de hijos e hijas espirituales.
Este dignísimo seguidor de San Francisco de Asís nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, archidiócesis de Benevento, hijo de Grazio Forgione y de María Giuseppa De Nunzio. Fue bautizado al día siguiente recibiendo el nombre de Francisco. A los 12 años recibió el Sacramento de la Confirmación y la Primera Comunión.
El 6 de enero de 1903, cuando contaba 16 años, entró en el noviciado de la orden de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone, donde el 22 del mismo mes vistió el hábito franciscano y recibió el nombre de Fray Pío. Acabado el año de noviciado, emitió la profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la profesión solemne.
Después de la ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, por motivos de salud permaneció en su familia hasta 1916. En septiembre del mismo año fue enviado al Convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte.
Enardecido por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud la vocación de colaborar en la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó toda su vida y que llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquél en el que celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la altura y profundidad de su espiritualidad.
En el orden de la caridad social se comprometió en aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la “Casa del Alivio del Sufrimiento”, inaugurada el 5de mayo de 1956.
Para el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en coloquio con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios”. La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía, con las palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.
El amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus esperanzas; la caridad era el principio inspirador de su jornada: amar a Dios y hacerlo amar. Su preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.
Expresó el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, por más de 50 años, a muchísimas personas que acudían a su ministerio y a su confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos, haciendo renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando luz. Pero especialmente en los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y se entregaba especialmente a ellos.
Ejerció de modo ejemplar la virtud de la prudencia, obraba y aconsejaba a la luz de Dios.
Su preocupación era la gloria de Dios y el bien de las almas. Trató a todos con justicia, con lealtad y gran respeto.
Brilló en él la luz de la fortaleza. Comprendió bien pronto que su camino era el de la Cruz y lo aceptó inmediatamente con valor y por amor. Experimentó durante muchos años los sufrimientos del alma. Durante años soportó los dolores de sus llagas con admirable serenidad.
Cuando tuvo que sufrir investigaciones y restricciones en su servicio sacerdotal, todo lo aceptó con profunda humildad y resignación. Ante acusaciones injustificadas y calumnias, siempre calló confiando en el juicio de Dios, de sus directores espírituales y de la propia conciencia.
Recurrió habitualmente a la mortificación para conseguir la virtud de la templanza, de acuerdo con el estilo franciscano. Era templado en la mentalidad y en el modo de vivir.
Consciente de los compromisos adquiridos con la vida consagrada, observó con generosidad los votos profesados. Obedecióen todo las órdenes de sus superiores, incluso cuando eran difíciles. Su obediencia era sobrenatural en la intención, universal en la extensión e integral en su realización. Vivió el espíritu de pobreza con total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de las comodidades y de los honores. Tuvo siempre una gran predilección por la virtud de la castidad. Su comportamiento fue modesto en todas partes y con todos.
Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos. En medio a tanta admiración del mundo, repetía: “Quiero ser sólo un pobre fraile que reza”.
Su salud, desde la juventud, no fue muy robusta y, especialmente en los últimos años de su vida, empeoró rápidamente. La hermana muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.
El 20 de febrero de 1971, apenas tres años después de su muerte, Pablo VI, dirigiéndose a los Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: “¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Porqué era un sabio? ¿Porqué tenía medios a su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
Ya durante su vida gozó de notable fama de santidad, debida a sus virtudes, a su espíritu de oración, de sacrificio y de entrega total al bien de las almas.
En los años siguientes a su muerte, la fama de santidad y de mila-gros creció constantemente, llegando a ser un fenómeno eclesial extendido por todo el mundo y en toda clase de personas.
De este modo, Dios manifestaba a la Iglesia su voluntad de glorificar en la tierra a su Siervo fiel. No pasó mucho tiempo hasta que la Orden de los Frailes Menores Capuchinos realizó los pasos previstos por la ley canónica para iniciar la causa de beatificación y canonización. Examinadas todas las circunstancias, la Santa Sede, a tenor del Motu Proprio “Sanctitas Clarior” concedió el nulla osta el 29 de noviembre de 1982. El Arzobispo de Manfredonia pudo así proceder a la introducción de la Causa y a la celebración del proceso de conocimiento (1983-1990). El 7 de diciembre de 1990 la Congregación para las Causas de los Santos reconoció la validez jurídica. Acabada la Positio, se discutió, como es costumbre, si el Siervo de Dios había ejercitado las virtudes en grado heroico. El 13 de junio de 1997 tuvo lugar el Congreso peculiar de Consultores teólogos con resultado positivo. En la Sesión ordinaria del 21 de octubre siguiente, siendo ponente de la Causa Mons. Andrea María Erba, Obispo de Velletri-Segni, los Padres Cardenales y obispos reconocieron que el Padre Pío ejerció en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y las relacionadas con las mismas.
El 18 de diciembre de 1997, en presencia de Juan Pablo II, fue promulgado el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes.
Para la beatificación del Padre Pío, la Postulación presentó al Dicasterio competente la curación de la Señora Consiglia De Martino de Salerno (Italia). Sobre este caso se celebró el preceptivo proceso canónico ante el Tribunal Eclesiástico de la Archidiócesis de Salerno-Campagna-Acerno de julio de 1996 a junio de 1997. El 30 de abril de 1998 tuvo lugar, en la Congregación para las Causas de los Santos, el examen de la Consulta Médica y, el 22 de junio del mismo año, el Congreso peculiar de Consultores teólogos. El 20 de octubre siguiente, en el Vaticano, se reunió la Congregación ordinaria de Cardenales y obispos, miembros del Dicasterio y el 21 de diciembre de 1998 se promulgó, en presencia de Juan Pablo II, el Decreto sobre el milagro.
El 2 de mayo de 1999 a lo largo de una solemne Concelebración Eucarística en la plaza de San Pedro Su Santidad Juan Pablo II, con su autoridad apostólica declaró Beato al Venerable Siervo de Dios Pío de Pietrelcina, estableciendo el 23 de septiembre como fecha de su fiesta litúrgica.
Para la canonización del Beato Pío de Pietrelcina, la Postulación ha presentado al Dicasterio competente la curación del pequeño Mateo Pio Colella de San Giovanni Rotondo. Sobre el caso se ha celebrado el regular Proceso canónico ante el Tribunal eclesiástico de la archidiócesis de Manfredonia‑Vieste del 11 de junio al 17 de octubre del 2000. El 23 de octubre siguiente la documentación se entregó en la Congregación de las Causas de los Santos. El 22 de noviembre del 2001 tuvo lugar, en la Congregación de las Causas de los Santos, el examen médico. El 11 de diciembre se celebró el Congreso Particular de los Consultores Teólogos y el 18 del mismo mes la Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos. El 20 de diciembre, en presencia de Juan Pablo II, se ha promulgado el Decreto sobre el milagro y el 26 de febrero del 2002 se promulgó el Decreto sobre la canonización.
Beatificación (2 de mayo de 1999)
Canonización (16 de junio de 2002)
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De: Wendy |
Enviado: 23/09/2009 20:49 |
"El corazón de nuestro divino Maestro no
conoce mas que la ley del amor, la dulzura
y la humildad. Poned vuestra confianza en
la divina bondad de Dios, y estad seguros
de que la tierra y el cielo fallaran antes
que la protección de vuestro Salvador.
" -Padre Pío
"Siempre humíllense amorosamente ante Dios y ante los
hombres. Porque Dios le habla a aquellos que son
verdaderamente humildes de corazón, y los enriquece
con grandes dones.
" -Padre Pío
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De: Solita |
Enviado: 23/09/2009 23:16 |
"Que María ponga su mano materna sobre tu cabeza".
Este deseo, que el padre Pío formuló a una hija espiritual suya, os lo dirige hoy a cada uno de vosotros.
A la intercesión maternal de la Virgen y de san Pío de Pietrelcina encomendamos el camino de santidad
de toda la Iglesia, al inicio del nuevo milenio.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:03 |
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:04 |
ORACIÓN AL PADRE PÍO
Bienaventurado P. Pio, testigo de fe y de amor.
Admiramos tu vida como fraile Capuchino, como sacerdote
y como testigo fiel de Cristo.
El dolor marcó tu vida y te llamamos "Un crucificado sin Cruz".
El amor te llevó a preocuparte por los enfermos, a atraer a los
pecadores, a vivir profundamente el misterio de la Eucaristía y
del perdón.
Fuiste un poderoso intercesor ante Dios en tu vida, y sigues ahora en el cielo haciendo bien
e intercediendo por nosotros.
Queremos contar con tu ayuda.
Ruega por nosotros.
Lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:05 |
Santo padre Pío, ya que durante tu vida terrena mostraste un gran amor por los enfermos y afligidos, escucha nuestros ruegos e intercede ante el Padre misericordiosos por los que sufren. Asiste desde el cielo a todos los enfermos del mundo; sostiene a quienes han perdido toda esperanza de curación; consuela a quienes gritan o lloran por sus tremendos dolores; protege a quienes no pueden atenderse o medicarse por falta de recursos materiales o ignorancia; alienta a quienes no pueden reposar porque deben trabajar; vigila a quienes buscan en la cama una posición menos dolorosa; acompaña a quienes pasan las noches insomnes; visita a quienes ven que la enfermedad frustra sus proyectos; alumbra a quienes pasan una "noche oscura" y desesperan; toca los miembros y músculos que han perdido movilidad; ilumina a quienes ven tambalear su fe y se sienten atacados por dudas que los atormentan; apacigua a quienes se impacientan viendo que no mejoran; calma a quienes se estremecen por dolores y calambres; concede paciencia, humildad y constancia a quienes se rehabilitan; devuelve la paz y la alegría a quienes se llenaron de angustia; disminuye los padecimientos de los más débiles y ancianos; vela junto al lecho de los que perdieron el conocimiento; guía a los moribundos al gozo eterno; conduce a los que más lo necesitan al encuentro con Dios; y bendice abundantemente a quienes los asisten en su dolor, los consuelan en su angustia y los protegen con caridad. Amén |
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:06 |
LA SANTA MISA EXPLICADA POR SAN PÍO DE PIETRELCINA (Testimonio del P. Derobert, hijo espiritual del Padre Pío)
Él me había explicado poco después de mi ordenación sacerdotal que celebrando la Eucaristía había que poner en paralelo la cronología de la Misa y la de la Pasión. Se trataba de comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el Altar es Jesucristo. Desde ese momento Jesús en su Sacerdote, revive indefinidamente la Pasión.
Desde la señal de la cruz inicial hasta el ofertorio es necesario reunirse con Jesús en Getsemaní, hay que seguir a Jesús en su agonía, sufriendo ante esta "marea negra" de pecado. Hay que unirse a él en el dolor de ver que la Palabra del Padre, que él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los hombres. Y desde esta óptica había que escuchar las lecturas de la misa como estando dirigidas personalmente a nosotros.
El Ofertorio, es el arresto. La Hora ha llegado...
El Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar por fin a esta "Hora".
Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presento en el "momento" a todos los que están allí y a todos aquellos por los que pedimos especialmente.
La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora. Es místicamente, la crucifixión del Señor. Y por eso el San Pío de Pietrelcina sufría atrozmente en este momento de la Misa.
Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante, al Padre, el Sacrificio Redentor. Es el sentido de la oración litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración.
El "Por él, con él y en él" corresponde al grito de Jesús: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Desde ese momento el Sacrificio es consumado y aceptado por el Padre. Los hombre en adelante ya no están separados de Dios y se vuelven a encontrar unidos. Es la razón por la que, en este momento, se recita la oración de todos los hijos: "Padre Nuestro....."
La fracción del Pan marca la muerte de Jesús.....
La intinción, el instante en el que el Padre, habiendo quebrado la Hostia (símbolo de la muerte...) deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el Cáliz de la preciosa Sangre, marca el momento de la Resurrección, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y es a Cristo vivo a quien vamos a recibir en la comunión.
La bendición del Sacerdote marca a los fieles con la cruz, como signo distintivo y a la vez como escudo protector contra las astucias del Maligno....
Se comprenderá que después de haber oído de la boca del P. Pío tal explicación, sabiendo bien que él vivía dolorosamente esto, me haya pedido seguirle por este camino...lo que hago cada día...¡y con cuánta alegría!.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:07 |
FRASES CÉLEBRES DEL PADRE PÍO DE PIETRELCINA
Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración...
La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón...
Solo quiero ser un fraile que reza...
El tiempo transcurrido en glorificar a Dios y en cuidar la salud del alma, no será nunca tiempo perdido.
No hay tiempo mejor empleado que el que se invierte en santificar el alma del prójimo. Una sola cosa es necesaria: consolar tu espíritu y amar a Dios.
Dulce es el yugo de Jesús, liviano su peso, por lo tanto, no demos lugar al enemigo para insinuarse en nuestro corazón y robarnos la paz.
La clave de la perfección es el amor. Quien vive de amor, vive en Dios, pues Dios es amor, como dice el Apóstol.
No amar es como herir a Dios en la pupila de Su ojo. ¿Hay algo mas delicado que la pupila?
Haré más desde el Cielo, de lo que puedo hacer aquí en la Tierra.
Cuando se pasa ante una imagen de la Virgen hay que decir: Te saludo, María. Saluda a Jesús de mi parte.
El demonio es como un perro rabioso atado a la cadena; no puede herir a nadie más allá de lo que le permite la cadena. Mantente, pues, lejos. Si te acercas demasiado, te atrapará.
El sufrimiento de los males físicos y morales es la ofrenda más digna que puedes hacer a aquel que nos ha salvado sufriendo.
Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios. Sólo el sufrimiento nos permite decir con toda seguridad: Dios mío, mirad cómo os amo.
Salvar las almas orando siempre.
Con el estudio de los libros se busca a Dios; con la meditación se le encuentra.
¡Piensa siempre que Dios lo ve todo!
Es terrible la justicia de Dios. Pero no olvidemos que también su misericordia es infinita.
El ser tentado es signo de que el alma es muy grata al Señor.
Cuando el alma sufre y teme ofender a Dios, no le ofende y está muy lejos de pecar.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:08 |
ANÉCDOTAS DEL PADRE PÍO DE PIETRELCINA
¡Cuida por dónde caminas!
Un hombre fue a San Giovanni Rotondo para conocer al Padre Pío pero era tal la cantidad de gente que había que tuvo que volverse sin ni siquiera poder verlo. Mientras se alejaba del convento sintió el maravilloso perfume que emanaba de los estigmas del padre y se sintió reconfortado. Unos meses después, mientras caminaba por una zona montañosa, sintió nuevamente el mismo perfume. Se paró y quedó extasiado por unos momentos inhalando el exquisito olor. Cuando volvió en sí, se dio cuenta que estaba al borde de un precipicio y que si no hubiera sido por el perfume del padre hubiera seguido caminando... Decidió ir inmediatamente a San Giovanni Rotondo a agradecer al Padre Pío. Cuando llegó al convento, el Padre Pío, el cual jamás lo había visto, le gritó sonriendo:- “¡Hijo mío! ¡Cuida por dónde caminas!”.
Debajo del colchón
Una señora sufría de tan terribles jaquecas que decidió poner una foto del Padre Pío debajo de su almohada con la esperanza de que el dolor desaparecería. Después de varias semanas el dolor de cabeza persistía y entonces su temperamento italiano la hizo exclamar fuera de sí: -“Pues mira Padre Pío, como no has querido quitarme la jaqueca te pondré debajo del colchón como castigo”. Dicho y hecho. Enfadada puso la fotografía del padre debajo de su colchón. A los pocos meses fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre. Apenas se arrodilló frente al confesionario, el padre la miró fijamente y cerró la puertecilla del confesionario con un soberano golpe. La señora quedó petrificada pues no esperaba semejante reacción y no pudo articular palabra. A los pocos minutos se abrió nuevamente la puertecilla del confesionario y el padre le dijo sonriente: “No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco me gustó que me pusieras debajo del colchón!”.
Los consejos del Padre Pío
Un sacerdote argentino había oído hablar tanto sobre los consejos del Padre Pío que decidió viajar desde su país a Italia con el único objeto de que el padre le diera alguna recomendación útil para su vida espiritual. Llegó a Italia, se confesó con el padre y se tuvo que volver sin que el padre le diera ningún consejo. El padre le dio la absolución, lo bendijo y eso fue todo. Llegó a la Argentina tan desilusionado que se desahogaba contando el episodio a todo el mundo. “No entiendo por qué el padre no me dijo nada”, decía, “¡y yo que viajé desde la Argentina sólo para eso!” “-El Padre Pío lee las consciencias y sabía que yo había ido con la esperanza de que me diera alguna recomendación”, etc, etc. Así se quejaba una y otra vez hasta que sus fieles le empezaron a preguntar: “Padre, ¿está seguro que el padre Pío no le dijo nada?¿no habrá hecho algún gesto, algo fuera de lo común??”. Entonces el sacerdote se puso a pensar y finalmente se acordó que el Padre Pío sí había hecho algo un poco extraño. “-Me dio la bendición final haciendo la señal de la cruz sumamente despacio, tan despacio que yo pensé: ¿es que no va a acabar nunca?”, contó a sus fieles. “¡He ahí el consejo!”, le dijeron, “usted la hace tan rápido cuando nos bendice que más que una cruz parece un garabato”. El sacerdote quedó contentísimo con esta forma tan original de aconsejar que tenía el Padre Pío.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:08 |
El vigilante y los ladrones
“Unos ladrones merodeaban en mi barrio, en Roma, y esto me impedía ir a visitar al Padre Pío. Al final me decidí después de haber hecho un pacto mental con él: “Padre, yo iré a visitarte si tú me cuidas la casa...”. Una vez en San Giovanni Rotondo, me confesé con el Padre y al día siguiente, cuando fui a saludarle, me reprendió: “¿Aún estás aquí? ¡Y yo que estoy sudando para sostenerte la puerta!”. Me puse de viaje inmediatamente, sin haber comprendido qué había querido decirme. Habían forzado la cerradura, pero en casa no faltaba nada.”
Niños y caramelos
“Hacía tanto tiempo que no iba a visitar al Padre Pío que me sentía obsesionada por la idea de que se hubiera olvidado de mí. Una mañana, después de haberle confiado, como de costumbre, mi hija bajo su protección, fui a Misa. De regreso, encontré a la pequeña saboreando un caramelo. Sorprendida le pregunté quién le había dado el “melito”, como ella llamaba a los caramelitos, y muy contenta me señaló el retrato del Padre Pío que dominaba sobre el corralito donde dejaba a la pequeña durante mis breves ausencias. No di ninguna importancia al episodio y no pensé más en él. Después de algún tiempo, no logrando sacarme de la cabeza la idea de que el Padre Pío se hubiera olvidado de mí, pude finalmente ir a visitarlo. Inmediatamente después de la confesión, cuando fui a besarle la mano, me dijo riendo: “...¿también tú querías un “melito”?”.
Un calvo
“No había remedios para mi cabello que iba desapareciendo de mi cabeza, y sinceramente me disgustaba quedar calvo. Me dirigí al Padre Pío y le dije: “Padre, ruegue para que no se me caiga el cabello”. El Padre en ese momento bajaba por la escalera del coro. Yo lo miraba ansioso esperando una contestación. Cuando estuvo cerca de mí cambió el semblante y con una mirada expresiva señaló a alguien que estaba detrás y me dijo: “Encomiéndate a él”. Me di vuelta. Detrás había un sacerdote completamente calvo, con una cabeza tan brillante que parecía un espejo. Todos nos echamos a reír.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:09 |
El zapatazo
Una vez un paisano del Padre Pío tenía un fuertísimo dolor de muelas. Como el dolor no lo dejaba tranquilo su esposa le dijo: “¿Por qué no rezas al Padre Pío para que te quite el dolor de muelas?? Mira aquí está su foto, rézale”. El hombre se enojó y gritó furibundo: “¿Con el dolor que tengo quieres que me ponga a rezar???”. Inmediatamente cogió un zapato y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la foto del Padre Pío. Algunos meses más tarde su esposa lo convenció de irse a confesar con el Padre Pío a San Giovanni Rotondo. Se arrodilló en el confesionario del Padre y, luego de decir todos los pecados que se acordaba, el Padre le dijo: “¿Qué más recuerdas?” “Nada más”, contestó el hombre. “¿¿Nada más?? ¡¿Y qué hay del zapatazo que me diste en plena cara?!.”
El saludo “grande, grande”
Una hija espiritual del Padre Pío se había quedado en San Giovanni Rotondo tres semanas con el único propósito de poder confesarse con él. Al no lograrlo, ya se marchaba para Suiza profundamente triste, cuando se acordó que el Padre Pío daba todos los días la bendición desde la ventana de su celda. Se animó con la idea de que por lo menos recibiría su bendición antes de partir y salió corriendo hacia el convento. Por el camino iba diciendo para sus adentros: “quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. Cuando llegó se encontró con que la gente se había marchado pues el Padre había dado ya su bendición, los había saludado a todos agitando su pañuelo desde su ventana y se había retirado a descansar. Un grupo de mujeres que rezaban el Rosario se lo confirmaron. Era inútil esperar. La señora no se desanimó por eso y se arrodilló con las demás mujeres diciendo para sí: “no importa, yo quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. A los pocos minutos se abrió la ventana de la celda del Padre y éste, luego de dar nuevamente su bendición, se puso a agitar una sábana a modo de saludo en vez de usar su pañuelo. Todos se echaron a reír y una mujer comentó: “-¡Miren, el padre se ha vuelto loco!”. La hija espiritual del padre comenzó a llorar emocionada. Sabía que era el saludo “grande, grande” que había pedido para sí.
Un niño y los caramelos
Un niño, hijo de un guardia civil, deseaba tener un trencito eléctrico desde hacía mucho tiempo. Acercándose la fiesta de Reyes, se dirigió a un retrato del Padre Pío colgado en la pared, y le hizo esta promesa: “Oye, Padre Pío, si haces que me regalen un trencito eléctrico, yo te llevaré un paquete de caramelos”. El día de los Santos Reyes el niño recibió el trencito tan deseado. Pasado algún tiempo, el niño fue con su tía a San Giovanni Rotondo. El padre Pío, paternal y sonriente, le preguntó: “-Y los caramelos, ¿dónde están?”.
¡Por dos higos!
Una señora devota del Padre Pío comió un día un par de higos de más. Asaltada por los escrúpulos, pues le parecía que había cometido un pecado de gula, prometió que iría en cuánto pudiera a confesarse con el Padre Pío. Al tiempo se dirigió a San Giovanni Rotondo y al final de la confesión le dijo al padre muy preocupada: “Padre, tengo la sensación de que me estoy olvidando de algún pecado, quizá sea algo grave”. El Padre le dijo: “No se preocupe más. No vale la pena. ¡Por dos higos!”.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:09 |
¿Esperas que me case yo con ella?
El Padre Pío estaba celebrando una boda. En el momento culminante del acto el novio, muy emocionado, no atinaba a pronunciar el “sí” del rito. El Padre esperó un poco, procurando ayudarlo con una sonrisa, pero viendo que era en vano todo intento, exclamó con fuerza: “¡¿En fin, quieres decir este “sí” o esperas que me case yo con ella?!”
¡Padre, ruegue por mis hijitos!
Una señora muy devota del Padre Pío nunca se iba a dormir sin haberle encomendado antes a sus hijos. Todos las noches se arrodillaba frente a la imagen del Padre y le decía: “Padre Pío, ruegue por mis hijitos”. Después de tres años de rezar todos los días la misma jaculatoria pudo ir a San Giovanni Rotondo. Cuando vio al Padre le dijo: “Padre, ruegue por mis hijitos”. “Lo sé, hija mía”, le dijo el Padre, “¡hace tres años que me vienes repitiendo lo mismo todos los días!”.
¡Y tú te burlas!
Una devota del Padre Pío se arrodillaba todos los días frente a la imagen del padre y le pedía su bendición. Su marido, a pesar de ser también devoto del padre, se moría de la risa y se burlaba de ella pues consideraba que aquello era una exageración. Todas las noches se repetía la misma escena entre los esposos. Una vez fueron los dos a visitar al Padre Pío y el señor le dijo: “Padre, mi esposa le pide su bendición todas las noches”. “Lo sé”, contestó el Padre, “¡y tú te burlas!”.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:10 |
BILOCACIONES DEL PADRE PÍO
Bilocación significa la facultad de estar en dos lugares al mismo tiempo. San Antonio De Padua, por ejemplo, se encontró simultáneamente en Lisboa y en Padua. A San Alfonso María de Ligorio se le vio en los funerales de Clemente XIV cuando no había dejado la Parroquia de Santa Ágata de los Godos. En el caso del Padre Pío, se cuentan por cientos los testimonios de diversa índole, de los que aquí sólo relatamos algunos como ejemplo.
Es conocido el caso de una muchacha que insistía en confesar el mismo pecado una y otra vez. El Padre Pío, luego de advertirle en repetidas ocasiones que Dios ya había perdonado esa falta, y que no debía confesarla más, y ante la desobediencia de la joven, le dijo claramente que si volvía a confesar el mismo pecado iba a recibir un cachetazo. La muchacha, conociendo el temperamento del Santo del Gargano, pero no pudiendo resistir la tentación, confesó su pecado a otro sacerdote en Roma. De inmediato, y ante su sorpresa, recibió un cachetazo en pleno rostro.
Un día, el Ingeniero Todini, de Roma, se quedó hasta muy tarde en San Giovanni Rotondo. En el momento de partir, se dio cuenta de que llovía a torrentes. Pidió entonces al Padre Pío permiso para pasar la noche en el monasterio, pero este se negó.
Padre, dijo entonces el Ingeniero, ¿cómo voy a hacer para volver al pueblo sin paraguas?. Me voy a mojar hasta los huesos!. Yo lo acompañaré, repuso el Padre.
El señor Todini se despidió. Antes de abrir la puerta que da sobre la plaza, oyó la lluvia azotar la calle. Se subió el cuello del sobretodo, se encasquetó el sombrero para que el viento no se lo llevara, y salió. Una ráfaga violenta lo embistió, pero por sorpresa suya, solo le cayeron unas pocas gotas de lluvia. Qué fastidio, vendrá empapado!, le gritaron sus huéspedes no bien entró. Pero si apenas llueve!. Vamos!, cómo que apenas?. Si parece el diluvio universal!. Toldini entonces les mostró que traía la ropa completamente seca, quedando todos estupefactos.
La "bilocación de la voz" es un fenómeno frecuente en él. Sus hijos espirituales, y hasta personas extrañas a él, le han oído a grandes distancias dar noticias o consejos, y hasta amonestaciones, especialmente en medio del sueño, y han oído esa voz suya en forma clara y comprensible, pero sin ver al Padre Pío.
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:11 |
El 8 de mayo de 1926 una docena de fieles venidos de Bolonia esperaban al Padre en el vestíbulo del monasterio. Recordemos que en 1926 no existía la puerta que comunica directamente la sacristía con el monasterio, de modo que el Padre estaba obligado a pasar por la iglesia si quería ir a la sacristía donde él confiesa.
Pasaron horas de vana espera. Luego se acercó al grupo un capuchino: "¿Buscan al Padre Pío?, hace ya rato que está confesando". ¿Cómo era posible, si ellos habían vigilado la entrada durante tres horas largas?. Hay que pensar que se había hecho invisible, y no era esa la primera vez.
Se recuerda la aventura de un actor venido en auto desde Foggia con otros miembros de su compañía. Su actitud era insultante. A ver, ¿dónde está ese Padre Pío?, preguntó con un tono arrogante. Quiero que me convierta, quiero confesarme. Y dejando a sus compañeros a las carcajadas entró a la iglesia. Le dijeron que el Padre debía estar en la sacristía. Pero no se le encontró ni en ésta ni en su celda, ni en el locutorio ni en el jardín. Imposible hallarlo. A fin de cuentas, el hombre gruñó, cansado de esperar: está bien, me voy. Lástima!, me hubiera gustado ver si este fraile era capaz de convertirme.
No bien partió el automóvil, los fieles se encontraron de frente con el sacerdote. Padre, ¿dónde estaba?, hemos registrado por todas partes. Yo estaba aquí, hijos míos, he pasado tres o cuatro veces delante de ustedes, pero no me vieron. Los fieles de San Giovanni comprendieron y se abstuvieron de hacer comentarios.
En San Martino de Pensilis, los miembros de la Tercera Orden tenían costumbre de reunirse en casa de uno de ellos por turno. Una noche, la reunión tuvo lugar en el lugar del Comisario Trombetta. Su hijito Juan corrió de pronto a refugiarse en las faldas de su madre, diciendo: Mama, tengo miedo, el Padre Pío está allí!. ¿Dónde, dónde?, preguntó la madre. Allí, allí, respondió el niño, señalando a un punto. Ah! , ya se ha ido!. "La historia de Juanito" llegó a oídos de quien era su protagonista. Veamos Padre, ¿era realmente usted?. ¿Y quien querían que fuera?, contestó él con tono de fastidio. Siempre se muestra disgustado e intimidado cuando hace alusión a sus dotes sobrenaturales. Pero con la falta de tacto que caracteriza a los paisanos, los buenos vecinos de San Martino, vuelven a la carga. Padre, ¿entonces usted estaba "realmente" en nuestra reunión?. Y la respuesta fue: Cómo!, ¿lo dudan todavía?.
La señora de Devoto, de Génova, estaba seriamente enferma y con la amenaza de que le amputaran una pierna. Una de sus hijas rezaba en un cuarto vecino, pidiendo que se evitara esa operación e invocando la ayuda del Padre Pío. De pronto éste apareció en el umbral de la puerta. El deseo de obtener una gracia para su madre obnubilaba a tal punto la mente de la joven, que ella ni se preguntó cómo podía estar el Padre en Génova estando en San Giovanni, a varios cientos de kilómetros, ni se le ocurrió dudar de lo real de su presencia. Arrojándose a sus pies, le suplicó: "Oh, Padre, salve a mamá!". El santo la miró y le dijo simplemente: "Espere nueve días". Ella iba a pedir una explicación, pero al levantar la vista de nuevo sólo vio la puerta cerrada.
A la mañana siguiente pidió a los médicos que aplazaran la intervención quirúrgica, y ni las advertencias ni los consejos ni las súplicas de sus parientes, ni el mismo estado de la paciente que se agravaba por momentos lograron disuadirla. Al décimo día, cuando los cirujanos examinaron a la enferma, cuál no sería su estupefacción al comprobar que la herida de la pierna estaba completamente cicatrizada y la señora estaba en vías de restablecimiento. Unas semanas más tarde la familia toda se dirigió a San Giovanni para agradecer al Padre la merced que les había alcanzado. Pero nuestro hombre no quiere que se agradezca nada: "Id a la Iglesia a dar gracias a Dios y a la Virgen!", es su abrupta manera de rechazar todo agradecimiento |
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:11 |
Telegramas, mensajes telefónicos, cartas de todas las especies, y numerosos testigos oculares atestiguan sus bilocaciones en Italia, Austria, Uruguay, Estados Unidos.
Para la inauguración de su capilla privada, en la Vía Tritone 56, en Roma, la Condesa Virginia Sili había mandado muchas invitaciones, entre otras a su primo, el Cardenal Gasparri y al Cardenal Sili, su cuñado. La condesa y sus invitados estaban discutiendo el nombre que le darían al oratorio, cuando un novicio entró en la habitación trayendo un relicario que contenía un fragmento de la Cruz de Cristo. Anoche, explicó el joven, el Padre Pío se me apareció en carne y hueso y me ordenó que trajese a la condesa ésta reliquia por la mañana, antes de la consagración de la capilla. Días más tarde, la Condesa se presentó en San Giovanni Rotondo, y escuchó de labios del capuchino la confirmación de ese relato.
Se sabe que San Martín de Porres fue visto en Manila, en África, en Francia y en otras cincos partes al mismo tiempo. Y la explicación que dio cuando se la pidieron, fue ésta: "Si Jesús multiplicó los panes y los peces, ¿acaso no podría multiplicarme también a mi?".
La señora Concepción Bellarmini, de San Vito Luciano, sufrió de pronto un envenenamiento de sangre seguido de una bronconeumonía. La infección le provocó una ictericia terrible, y los médicos la desahuciaron. Una pariente le aconsejó que confiase su situación al Padre Pío, a quien ella no conocía. Así lo hizo, y de pronto se le apareció a plena luz un fraile estigmatizado que le sonrió y la bendijo sin tocarla. La enferma le preguntó entonces si su venida era señal de que había logrado la conversión de sus hijos o su próxima curación. El capuchino afirmó: "El domingo por la mañana usted estará curada" y luego se desvaneció dejando una estela de perfume.
Ya al día siguiente la piel de la enferma fue tomando un color normal, cedía la fiebre y pocos días después la señora pudo levantarse. Acompañada de su hermano, fue a San Giovanni para verificar la identidad de "su" fraile. Cuando divisó al Padre Pío en la iglesia, se dirigió a su hermano y le dijo al oído: "Es él, no hay duda de que es él".
El Sr. Arturo Bugarini, de Ancona, cuenta que estando junto a su hijo muy grave, golpeaban en la espalda tres veces mientras una voz le murmuraba: "Soy el Padre Pío, soy el Padre Pío, soy el Padre Pío". En el mismo momento lo invadió una ola de intenso calor, luego nada más. El niño se salvó.
El 21 de julio de 1921, Monseñor d’Indico de Florencia, estando sólo un su escritorio, tuvo la sensación de que había alguien detrás de él. Se dio vuelta y vio desaparecer un religioso. Interrumpiendo su trabajo, fue en busca de un sacerdote y le contó lo que acababa de ocurrirle. Este le habló de alucinaciones: Monseñor estaba mortalmente angustiado por la salud de su hermana que estaba agonizando. Cuando la fue a visitar, ésta (que estaba casi en coma), había visto al mismo tiempo que su hermano, entrar un fraile a su cuarto, acercarse y decirle: Nada tema. Mañana su fiebre habrá desaparecido y dentro de pocos días ya no quedarán ni rastros de su enfermedad. Pero, Padre, ¿quién es usted entonces?, ¿un santo?. No, repuso el religioso, soy una criatura que sirve al Señor y soy dispersor de sus auxilios. Padre, permítame besar su hábito. Bese mas bien el signo de la Pasión, replicó mostrándole las manos. Y después de bendecirla, desapareció. Inmediatamente la enferma se sintió mejor, y ocho días después estaba sana.
Durante el éxtasis, el Padre Pío se nos aparece como inhibido. Cuando vuelve en sí, diríamos que sale de un síncope. Su cuerpo no reacciona ante ninguna excitación externa, luz enceguecedora, luces de magnesio, etc. Por eso resulta tan fácil sacarle cuantas fotografías se quiera mientras está oficiando: un estruendo de platillos lo deja impasible. Se le creería sordomudo. Santa Teresa escribe: "En la cúspide del éxtasis no se ve ni se oye nada".
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De: Cinthia |
Enviado: 24/09/2009 18:12 |
Monseñor Damiani, Vicario General De la Diócesis de Salto en el Uruguay, mantenía este diálogo en 1930 con su amigo el Padre Pío: Me gustaría morir aquí para que usted me asistiera en mis últimos momentos. Le contestó el Padre Pío: No, usted morirá en Uruguay. ¿Y usted irá a ayudarme a morir bien?. Naturalmente.
Durante ese mismo viaje, una mañana, Monseñor Damiani tuvo un ligero ataque cardíaco y al punto envió en busca de su amigo. Pero como estaba confesando, el capuchino no acudió al llamado. Cuando éste subió hacia mediodía, el prelado lo retó suavemente: Capuchino, ¿porqué no vino cuando lo mandé a llamar?, podía haber muerto. Hombre de poca fe, ¿no le dije que usted morirá en el Uruguay?. Y veamos ahora el fin de la historia, contada en 1942 por el R. P. Antonio M. Barbieri, Arzobispo de Montevideo: En 1942, en la víspera de las bodas de plata sacerdotales del Obispo de Salto, Monseñor Alfredo Viola, que reunía en el Obispado al Delegado Apostólico y a cinco prelados, fui despertado a medianoche por un golpe dado en la puerta de mi cuarto. Al entreabrirla, vi pasar un capuchino y oí una voz que me susurraba: "Vaya al cuarto de Monseñor Damiani, está muriéndose". Me puse la sotana, desperté a algunos sacerdotes y fuimos al cuarto de Monseñor. Sobre la mesa de noche había una hoja de papel con unas palabras escritas de puño y letra: "El Padre Pío ha venido" (el Arzobispo conserva este testimonio). Cuando fui a Italia y vi al Padre Pío, le pregunté: "Padre, ¿era usted el Capuchino que yo vi la noche en que murió Monseñor Damiani?. El Padre pareció confuso, cuando le hubiera sido tan fácil negarlo. Como no insistí él sigue guardando silencio. Yo me eché a reír diciendo: "Ya comprendo". Entonces movió la cabeza y dijo: "Si, usted ha comprendido".
Un día, durante la guerra, el General Cardona, sólo en su despacho, la cabeza entre las manos, pensaba con espanto en todos los jóvenes que iban a dar su vida por su patria, cuando de pronto sintió un violento perfume de rosas que invadía toda la oficina. Levantando la cabeza, quedó estupefacto al ver ante sí a un monje de sonrisa amplia que pasó diciendo: "No tema, nadie le hará mal". Cuando la visión se desvaneció, también se disipó el perfume. El General confió ese episodio a un franciscano, y éste le dijo: "Excelencia, usted ha visto al Padre Pío", y le contó a grandes rasgos la biografía de este hombre extraordinario. Después de oírla, Cardona no tuvo más que un deseo, el de ir a San Giovanni. Fue vestido de civil para no ser reconocido, pero no bien penetró en el monasterio, dos Capuchinos se le acercaron: "Excelencia, el Padre Pío lo espera. Nos mandó para recibirlo".
Ema Meneghetto, jovencita de catorce años, era epiléptica y sufría crisis varias veces por semana. Un día que oraba con fervor, se le apareció el Padre Pío, posó su mano sobre la colcha de la cama, le sonrió y desapareció. La epiléptica se sintió curada, se levantó para besar el lugar donde posara su mano el Padre Pío, y vio impresa una pequeña Cruz de sangre. Cortó el trocito de género y lo colocó bajo un farol de vidrio. La joven curada milagrosamente escribe que desde entonces ella ha obtenido numerosas gracias, especialmente la curación de bebitos a punto de morir.
La Señora Ercilia Magurno, mujer de mucha fe, había velado durante meses junto al lecho de su marido, sumamente grave de angina de pecho. Cierta noche invadió la habitación un penetrante perfume a flores, pero el enfermo seguía empeorando por momentos. Con dos días de intervalo, la señora envió dos telegramas al Padre Pío para implorar su intercesión, pues su marido estaba ya en coma. El 27 de febrero, el enfermo pareció dormirse con sueño profundo y sereno. A la mañana siguiente, al despertar, dijo a su mujer: Estoy curado. Me siento perfectamente. El Padre Pío acaba de dejarme. Por favor, abre los postigos y tómame la temperatura. No tenía ya ni rastros de fiebre. El Padre Pío vino acompañado por otro fraile, explicó el hombre, me examinó el corazón y me dijo: "Mañana se le habrá ido la fiebre y dentro de cuatro días podrá levantarse". Luego miró los remedios que le daban, leyó las recetas y se quedó largo rato junto a mí. Como para confirmar este milagro, una fuerte fragancia de violetas flotaba todavía en la habitación. Cinco meses después, ambos esposos se dirigían a San Giovanni, y el ex-enfermo reconocía a su salvador. El Padre Pío se le acercó, le puso la mano en el hombro y con tono amistoso le dijo: "Como le ha hecho sufrir ese corazón!".
Se cuenta que una joven inválida, curada providencialmente, quiso experimentar el don milagroso del Padre Pío y volvió a visitarle simulando su enfermedad pasada. Vuelve a tu casa, le dijo el sacerdote dándole un golpecito en la espalda, vete sin perder tiempo, pues ya sabes que estás perfectamente sana y no se debe tentar a la divina misericordia.
Durante la segunda guerra mundial los norteamericanos instalaron una base aérea a algunos kilómetros de San Giovanni, cuando todavía había alemanes en la región. Llegó a la base la noticia de que allí había un depósito de municiones enemigas, y de inmediato se despachó un bombardeo con el pueblo del Gargano como objetivo. El piloto a cargo de la misión estaba preparándose para lanzar las bombas, cuando ve junto a su avión en pleno vuelo a un monje con hábito capuchino, que con ambas manos le decía: “NO”. El piloto, aterrado, soltó las bombas en el campo y volvió a su base. Cuando narró la historia al oficial a cargo de la base, un italiano del lugar que escuchaba le dijo que allí había un famoso cura milagrero. Juntos fueron a San Giovanni, y grande fue la sorpresa de todos cuando el piloto, viendo al Santo del Gargano, exclamó: es él!.
Podríamos seguir por horas relatando historias de bilocación del Padre Pío, y los libros sobre su vida están llenos de ellas. Pero lo que cuenta aquí es el mensaje Celestial: Para Dios no hay nada imposible, nada. Nuestro pobre entendimiento juzga a las cosas de Dios con la débil perspectiva del hombre, y allí es donde nos alejamos de Dios, atándonos a las reglas y cosas del mundo, que es el reino de satán.
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