Santa Beatriz de Nazaret
Superiora, 29 de julio.
Significa “feliz”. Viene de la lengua latina.
Todo ser humano ha sido llamado para amar al mundo. La respuesta que Dios nos pide es que seamos contemplativos. Cualquier creyente que vive una vida estrechamente unida a la Eucaristía, es un contemplativo.
Había la costumbre en los monasterios belgas del siglo XI de admitir para el coro a las chicas de buenas familias de la alta burguesía. Las otras, incultas, entraban solamente en calidad de conversas.
Existía – como ocurre hoy – la necesidad de nuevas vocaciones y, por tanto había que abrir los monasterios a otro tipo de actuaciones distintas.
Esta idea la llevaban ya acabo los cistercienses. Recibían la ayuda de familias importantes, como los Brabantes o Tirlemont.
Beatriz era hija de esta última familia. Vino al mundo en el año 1200. Entró como novicia en un convento restaurado con el dinero de sus padres.
Ayudó a construir otros, como el Oplinter y el de Nazaret. Beatriz estuvo siempre en este último hasta que murió en el año 1269, habiendo sido la superiora durante muchos años, pero no porque fuera hija del padre de la fundación del monasterio, sino porque brillaba ante todos por su virtud, su piedad y su generosidad sin límites.
Ella escribió un tratado místico escrito en flamenco medieval. Resume las siete maneras de amar santamente. Su descripción experiencial es una gozada por la forma y la sencillez de cómo el alma se acerca a Dios.
Las tres experiencias activas son el amor purificante, el amor devorante y amor elevante, a las que siguen cuatro pasivas: amor infuso, amor vulnerado, amor triunfante y amor eterno.
Escribió otras obras. Sus lecturas preferidas eran la Biblia y los tratados sobre la Santísima Trinidad. Sus restos hubo que esconderlos para que los calvinistas no los profanaran.