Martes Santo
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Es difícil llegar a comprender la
profundidad de los sentimientos de Jesús en vísperas de su muerte. Y es
también muy difícil llegar a saber qué pudo sentir su corazón cuando al
hecho inexorable de su muerte se añadía la humillación de la traición
de los propios compañeros. Es fácil que el corazón naufrague, cuando se
le añade amargura sobre amargura. El grupo de Jesús -su pequeña
iglesia- iba a quedar golpeada por la definitiva ausencia del Maestro.
Y a esto se iba a añadir la permanente posibilidad de la traición de
los discípulos. Jesús no excluye a nadie. La traición no es solamente
patrimonio de Judas; lo es también de los llamados discípulos fieles.
Más aún, la traición puede anidar en el alma de los llamados a ser
dirigentes.
Jesús no pierde el ánimo, a pesar de
que presiente lo que significa para el grupo su ausencia y la traición.
Y entre contradicciones, nos da la lección de que cuando una obra está
marcada con la justicia del Padre, éste se encargará, junto con su
Espíritu, de no dejarla morir, pese a las amenazas. Es la fe en su
Padre quien lleva a Jesús más allá de la derrota. Y es la justicia de
su causa quien mantiene viva su esperanza. Una causa no deja de ser
justa porque sea traicionada. El gran peligro de una causa es que
pierda en su interior el contenido de justicia y quede así igualada a
una causa más de lucha por el poder.
En la iglesia de Jesús hay que
acostumbrarse a vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al
evangelio. Pero sobre todo, hay que estar convencidos de que la
traición puede generarse en cada uno de nosotros mismos. Cuando
lleguemos a olvidar los contenidos de justicia, de misericordia, de
perdón, de asunción de la causa de los oprimidos y marginados… no nos
extrañemos de que la traición esté rondando nuestra propia casa.
el martes santo es un día ideal para el
silencio y la escucha, para caer en la cuenta de un par de verdades que
sostienen nuestra vida.
Primera: existimos porque el Señor nos
ha llamado en las entrañas maternas, porque ha pronunciado nuestro
nombre. ¿Te sientes un don nadie, producto del azar, poco querido por
tus padres o por las personas que te rodean? ¡El Señor sigue
pronunciando tu nombre! ¿Te parece que tu vida es una sucesión de
acontecimientos sin sentido? ¡El Señor sigue pronunciando tu nombre!
¿Crees que no merece la pena confiar en el futuro? ¡El Señor sigue
pronunciando tu nombre!
Segunda: el Señor quiere hacer de
nosotros una luz para que su salvación llegue a todos. ¿Te parece que
tu vida no sirve para nada? ¡Tú eres luz! ¿Tienes la impresión de que
nunca cuentan contigo para lo que merece la pena? ¡Tú eres luz!
¿Atraviesas un período de oscuridad, de desaliento, de prueba? ¡Tú eres
luz!
En este Martes Santo, el evangelio nos
ayuda a profundizar en el polo del resentimiento, que ayer apareció
insinuado. Este polo está representado por dos personajes conocidos:
Judas (Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado) y, en un grado
diferente, Simón Pedro (¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que
no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces).
Lo que más me impresiona del relato es
comprobar que la traición se fragua en el círculo de los íntimos, de
aquellos que han tenido acceso al corazón del Maestro. Me he detenido
en estas palabras: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
Es muy probable que los que os asomáis
diariamente o de vez en cuando a esta sección os consideréis seguidores
de Jesús. Yo mismo me incluyo en esta categoría, sin saber a ciencia
cierta lo que quiero decir cuando afirmo ser uno de los suyos. La
Palabra nos va ofreciendo cada día muchas pequeñas luces para ir
descubriendo diversos aspectos del seguimiento. Hoy nos confronta con
nuestras traiciones.
La palabra “traición” es muy dura.
Apenas la usamos en nuestro vocabulario. Hemos buscado eufemismos como
debilidad, error, distancia, etc. Pero ninguna de estas palabras tiene
la fuerza del término original. Hablar de traición supone hacer
referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se
traiciona lo que se ama. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a
quien queremos amar?
- Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida.
- Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él.
- Lo traicionamos cuando le hacemos decir cosas que son sólo proyección de nuestros deseos o mezquindades.
- Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta.
- Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos.
- Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día.
- Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él.
Dejemos que este Martes Santo su mirada nos ayude a descubrir nuestras sombras.
de la red