Cuando me vuelvo hacia adentro durante mis ratos de contemplación
y meditación,
entro por las puertas de la plegaria en un santuario donde puedo descansar
en la comodidad que sólo Dios puede dar.
Al cruzar las puertas de la oración me detengo un momento,
bañándome en el fulgor del amor puro y el apoyo incondicional.
Siento la amorosa presencia de Dios, a tal punto
que inmediatamente doy las gracias.
En ese momento renuevo mi convencimiento de que Dios
es mi fuerza y mi seguridad.
Dios me da amor incondicional; a cambio yo doy fe absoluta
y amor con todo mi corazón.
En el reino interior sólo me espera Dios.
No se me exige nada, salvo estar en silencio, pues soy una con Dios.
El amor y el gozo que siento trasciende cualquier necesidad de palabras.
Entro en el reino de Dios
por las puertas de la oración.
Con Amor en mi corazón
Graciela