“Por eso, estén alerta; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que
menos piensan.” MT 24, 44
Ya es adviento. La Iglesia nos invita a prepararnos para recibir al
Señor. Este tiempo fuerte de preparación para la Navidad, quiere ayudarnos no
solo a revivir los hechos históricos de la encarnación del Hijo de Dios, que por
sí mismo ya encierran una bellísima lección sobre el amor que Él nos tiene, sino
que quiere también recordarnos que nuestra vida en este mundo es una continua
vigilia esperando la plenitud, es una incesante preparación para poder abrazar
la eternidad, es un constante anhelo y súplica por el día del Señor.
Infelizmente, existen muchas distracciones en este mundo.
Muchas veces nos ocupamos demasiado y nos preocupamos exageradamente con
cosas que son banales y vanas, y así, nos olvidamos o no conseguimos encontrar
el tiempo para hacer aquellas cosas que realmente son importantes en nuestra
vida.
Cuando esto sucede, entonces despacito, sin que nos demos cuenta,
nuestra vida va perdiendo el color, se va tornando opaca y sin vigor, nos vamos
despersonalizando, nuestras relaciones con los demás - especialmente con los que
nos son más cercanos - se van tornando cada vez más superficiales y frías,
por fin, nos transformamos en una pieza de un engranaje, en un instrumento de
otros.
Así vamos, hasta que algo grave e inesperado nos suceda, haciéndonos
despertar, abriendo nuestros ojos y haciéndonos gritar: ¿qué es lo que hice con
mi vida? Algunas veces, aún tenemos tiempo para cambiar nuestra actuación y
reconquistar lo que estábamos perdiendo, pero otras veces ya es demasiado tarde:
ya se perdió la familia, los amigos, la edad, los sueños, la dignidad...
Es así que, en la vida de muchos el Señor llega en las horas más
inesperadas, y estando tan entretenidos con sus cosas, ni se dan cuenta, y Él
pasa... y estas personas pierden la oportunidad de la gracia...
Así sucedió con los contemporáneos de Noé, así sucedió con los
contemporáneos de Jesús, así sucede con nosotros y con nuestros contemporáneos.
Distraídos, ciegos e insensibles no nos damos cuenta de que la hora ya llegó, de
que la vida está pasando, que Dios tiene un proyecto para nosotros.
Y si hoy Jesús llegara en mi vida y me dijera: “¡Ven, empecemos hoy la
plenitud!”
Será que yo le diría: ¡Que bien que ya viniste! Te estaba esperando.
Todo en mi vida es dirigido hacia esta hora. Cada día yo esperaba que fuera tu
día. En cada acción, sabía que podrías estar ya a la puerta. ¡Gracias porque ya
llegaste!
Yo sé que no es fácil vivir de este modo. Cuántas veces ya me dejé
encandilar por la luces de este mundo, y acabé atropellando todo y a todos. Sin
embargo, yo sé muy bien que éste no es mi ideal de vida. No vine a este mundo
para consumirme en cosas sin valor, o para satisfacerme con tonterías.
Por eso mi hermano creo que para mantenernos en constante vigilia, nada
sea mejor que la vida de los sacramentos en la Iglesia. Ellos nos ayudan
a estar siempre alertas...
De hecho la Iglesia no deja de clamar: “¡Ven Señor Jesús!”
Pues, ella sabe que cuando su esposo llegue todas las cosas serán
nuevas.
Ella sabe que cuando él llegue y abra la puerta, si la encuentra con su
lampada encendida, la hará participar de una fiesta
eterna.
Ella sabe que él tiene un pan que sacia cualquier hambre, una bebida que
mata cualquier sed.
Ella sabe que él tiene una luz que disipa toda oscuridad, toda duda.
Ella sabe que él curará todas sus heridas, realizará todos sus deseos, y
la protegerá para siempre.
Ella sabe que solo él, de verdad, la puede hacer completamente feliz.
No es sin motivo que ella insiste tanto: “¡Ven Señor Jesús!” “¡No
tardes!”
También nosotros en nuestra vida personal debemos aprender a vivir en la
misma dinámica eclesial: “¡Ven Señor Jesús!” “¡No tardes!”
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la PAZ.
Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino