Hacía una preciosa tarde, el sol lucía con todo su esplendor, y apetecía salir a dar un paseo y después a merendar.
Nos reuniríamos en la puerta de la Iglesia, en eso quedamos: llegué la primera y debí esperar un ratito, no mucho, lo suficiente para sentarme en un banco de la plaza y observar con atención el ir y venir de la gente. Personas de distintas razas con ojos tristes y mirada perdida caminaban como zombis, abstraídos. En los bancos justo a mi lado, había un grupo de mayores sentados al sol hablando de sus penurias y esperando Dios sabría qué y a pesar de todo se les veía contentos, lo vivido, sus experiencias, les habían dado esa serenidad que necesitaban para seguir firmes ante los tristes acotencimientos que según contaban estaban viviendo. ¡Triste panorama!... -me dije-. Por suerte en cada plaza hay niños felices jugando llenos de vida que hacen recuperar la alegría y dan fuerza para seguir esperando un milagro.
De pronto, las campanas que con brío anunciaban la hora de la oración me hicieron sobresaltar. Miré al campanario y vi cómo las palomas asustadas batían sus alas y se alejaban volando a un lugar más seguro, menos ruidoso, miré al cielo, estaba precioso, azul, como me imagino el color de la esperanza. Sentí la necesidad de entrar a la Iglesia como cuando era niña y acudía a pedir que Dios me concediera algún deseo, por ejemplo la curación de algún enfermo. Cuando iba a entrar, la señora que veis a la entrada me pidió (ALGO)…después de darle ALGO...entré y ojee un poco a mi alrededor.
Feligreses rezando, santos vestidos con suntuosidad, flores y velas encendidas, y un agradable olor a incienso; todo seguía igual, parecía que nada de lo que está ocurriendo fuera llegaba a tan sagrado lugar.
El confesionario esperaba paciente al pecador/ra para limpiar su alma y quedar libre de culpas. ¡Qué raro!… de niña todo esto me parecía tan evangélico, tan normal, hoy he sentido un escalofrío extraño...sentí frío y salí de puntilla, como me enseñaron de pequeña, sin que las suelas de los zapatos, -tacones en este caso-, perturbaran la paz de quién allí oraba. ¿Orar?...
Al salir la señora que pedía ALGO le estaba diciendo a otra SEÑORA que le decía que no llevaba nada SUELTO, que no se preocupara, que otro día sería. Me acerqué y le pregunté si tenía frío, me miró y me dijo: En el alma, tengo frío en el alma, hija.
Me alejé pensando muchas cosas,… muchas. No sé como la mente puede recibir tantos mensajes, como puede el cerebro en segundos, ponerse a trabajar para que entendamos lo inexplicable.
Tomé las fotos y me acordé de estas citas de (Friedrich Nietzsche).
“Fe significa no querer saber la verdad.”
“Cuántos hombres se precipitan hacia la luz, no para ver mejor sino para brillar.”