Todos vivimos con ilusiones.
Fantásticas percepciones que se instalan en nuestro interior y nos hacen suspirar en más de una ocasión. Corremos por la calle bajo la lluvia con la idea de llegar a ese lugar que nos reconforta y nos devuelve la paz en un instante.
Caminamos cerca de quien nos ama y a veces también muy cerca de quien nos ha negado amor.
Volvemos a mirarnos a un espejo que nos devuelve la luz de otros días, porque nadie se mira y se ve tal cual es, todos nos vemos tal como creemos ser, y cansados y resignados nos proponemos volver a empezar a cada instante, a cada minuto de un tiempo que, bien sabemos, se nos va.
El ser humano vive bajo sus símbolos para impregnarse de todo lo que percibe y cuando ya las palabras se terminan, cuando el contacto es vacío y nadie acude a un llamado, se da cuenta que se ha impregnado de nada, que vuelta otra vez a pisar escarcha con sus pies desnudos.
Entonces la paz se vuelve silencio y el silencio se escapa en suspiros sin ninguna razón.
La soledad es una escuela donde todos vamos alguna vez. Algunos aprueban con buenas notas, otros tienen la misión de siempre recorrer sus aulas con distintos maestros que con sus voces nos hacen vivir sensaciones de las que no nos queremos olvidar, para luego, con un movimiento rápido, impensado y volátil, todo se va hacia un lugar del que no existen regresos, tan solo son sueños vividos, momentos perdidos que se mecen en la memoria cuando el frío aumenta y todo parece lejano.
Tener ilusiones, elaborar un proyecto, planificar algo, son cosas buenas. Son cosas que nacen en la mente por el poder que tiene la misma para volar.
Luego se materializan, toman un lugar en el mundo de las formas, y aquello creado, soñado y querido, aparece a la vez que volvemos a pintar otra ilusión.
Algo se repite siempre, porque es un pulso que no nos pertenece, porque está más allá de nuestra voluntad, eso solo tiene que ver con la vida, la vida que a pesar de cualquier teoría, precede todo cuanto se pueda decir porque no se sujeta a nuestros símbolos, se sujeta a lo que nunca se podrá alcanzar, porque cuando nacemos iniciamos inexorablemente el camino que nos lleva al fin, y la vida fluye... más allá de nuestras palabras.
De nosotros depende que el camino sea el mejor, para nosotros mismos, para nuestros seres queridos, para nuestros semejantes que aman y sufren en todas partes sin importar su canción.
Todos tenemos algo que brindarle a la vida, un color particular que se recordará siempre como algo muy singular, y la vida nos devolverá en fantásticos retazos de cielos abiertos y vibraciones de amor, el vuelo de una hoja al viento, una planta, una flor, o el beso en otra boca que nos llega al corazón...
Y bajo el sol o la lluvia caminaremos lentos o acelerando el paso, entonces llegaremos a comprender que cuando algo nos reconforta, la paz nos toca por un instante y es en ese momento que tenemos la gran oportunidad de..... aprender a vivir, atesorando vivencias que solo sirven cuando se ha aprendido a compartir.
© Miguel A Arce