Nos habíamos acostumbrado tanto a sus sonrisas
y a sus palabras, a su saludo con la mano levantada,
a sus besos y a sus ojos de hombre bueno,
que parecía lejano el día que ya no caminara entre nosotros.
Todo pasa, como pasa la luz por el cielo a pesar de las nubes,
todo pasa como el color de las flores en el campo
y el perfume de los vientos.
Todo pasa siempre y siempre deja una marca
en lo real de nuestros días, pero hay personas
que pasan y su presencia marca mucho más
que un momento, marca una historia en cada
uno de aquellos que lo conocieron, porque su
andar no es para sí mismo, sino que camina
ayudando a los demás a mejorar, en cada
paso, sus propias historias y la vida misma.
Juan Pablo II ha dejado su cuerpo.
Su alma recorre ahora los caminos de Dios en
el cielo pero sus palabras, sus obras, su ejemplo
continuarán siempre siendo una guía en los caminos
de la tierra.
Gracias a su esfuerzo, a su trabajo, a su admirable
labor, el mundo ha cambiado más.
Muchos de nosotros lo recordaremos con todo el
cariño del que fue capaz de sembrar en su transito por
esta vida, porque en cada viaje floreció algo más que
el recuerdo de una honrosa visita, floreció la esperanza,
el amor, el acuerdo y la noción de que el hombre con
buena voluntad puede lograr muchísimas cosas sin
llegar a levantar la mano contra el hermano
olvidándose de sí mismo, olvidándose de Dios.
Gracias Santo Padre por todas las cosas lindas
que nos dejó y que Dios eleve su alma a Su Gloria
y descanse ahora en la merecida paz después de tantos
días aqui.
Miguel Angel Arcel