6:22 Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. 6:23 Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. 6:24 Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. 6:25 Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» 6:26 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. 6:27 Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» 6:28 Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» 6:29 Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.» 6:30 Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? 6:31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» 6:32 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; 6:33 porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.» 6:34 Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» 6:35 Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. 6:36 Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. 6:37 Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; 6:38 porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 6:39 Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. 6:40 Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.» 6:41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.» 6:42 Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?» 6:43 Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros. 6:44 «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. 6:45 Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. 6:46 No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. 6:47 En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna.
6:48 Yo soy el pan de la vida. 6:49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; 6:50 este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. 6:51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» 6:52 Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» 6:53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. 6:55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. 6:57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. 6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.» 6:59 Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm. 6:60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» 6:61 Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? 6:62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... 6:63 «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. 6:64 «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. 6:65 Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» 6:66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. 6:67 Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» 6:68 Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, 6:69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» 6:70 Jesús les respondió: «¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo.» 6:71 Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce. 7:1 Después de esto, Jesús andaba por Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle.
Hermanos y hermanas en este tiempo he podido darme cuente y comprobar por muchas experiencias tanto ajenas como propias que ciertamente son varios los caminos por los que podemos acercarnos al Señor Jesús y así vivir una existencia realmente cristiana, es decir, según la medida de Cristo mismo, de tal manera que se llegue a cumplir lo que dice el Apostol Pablo en la carta a los Galatas "que sea Él mismo quien viva en nosotros (Gál 2,20).
Puesto que una vez ascendido a los cielos el Señor nos dejó como regalo su Espíritu. Y con su promesa asegura su presencia hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Es por esto que no nos debe quedar ninguna duda de que Jesucristo se hace realmente presente en su Iglesia no sólo a través de la Sagrada Escritura, sino también, y de manera más excelsa, en la Eucaristía.
ahora en otra parte del evangelio se nos muestran frases como venid a mí pero ¿Qué quiere decir Jesús con "venid a mí"? y a al mismo tiempo nos da respuesta puesto que Él mismo nos revela el misterio más adelante diciendonos lo que realmente es : "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, el que crea en mí no tendrá nunca sed." (Jn 6, 35). No es otra cosa a mi parecer que un invitacion, ¡si! Jesús nos invita, nos invita a alimentarnos de Él. Y acaso no es en la Eucaristía donde nos alimentamos del Pan de Vida que es el Señor Jesús mismo.
no es meramente una forma simbólica
Aunque Cristo, podría haber hablando simbólicamente en otros pasajes, ya que Él dijo: "Yo soy la vid" y Él no es una vid; o "Yo soy la puerta" y Cristo no es una puerta.
Pero el contexto en el que el Señor Jesús afirma que "Él es el pan de vida" no es algo simbólico o alegórico, sino doctrinal. O en otras palabras, un diálogo con preguntas y respuestas como Jesús suele hacer al exponer una doctrina.
Es por eso que a las preguntas y objeciones que le hacen los judíos en el Capítulo 6 de San Juan, Jesucristo responde reafirmando si se quiere con autoridad el sentido inmediato de sus palabras. y lo vemos en una forma clara puesto que entre más rechazo y oposición encuentra, más insiste Cristo en un sentido único de sus palabras: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida" (Jn 6, 55).
Y aunque esto hace que los discípulos le abandonen (Jn 6, 66). Jesucristo no intenta retenerlos tratando de explicarles que lo que acaba de decirles es tan solo una parábola. Sino que por el contrario, interroga a sus mismos apóstoles al decirles: "¿También vosotros queréis iros?". Y Pedro responde: "Pero Señor... ¿con quién nos vamos si sólo tú tienes palabras de vida eterna?" (Jn 6, 67-68).
Fue en esos momentos en donde los Apóstoles entendieron el sentido inmediato de las palabras de Jesús en la última cena. "Tomó pan... y dijo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo." (Lc 22,19). Y ellos en vez de decirle: "explícanos esta parábola," tomaron y comieron, es decir, aceptaron el sentido inmediato de las palabras. Jesús no dijo "Tomad y comed, esto es como si fuera mi cuerpo, es un símbolo de mi sangre".
Alguno podría objetar que las palabras de Jesús "haced esto en memoria mía" no indican sino que ese gesto debía ser hecho en el futuro como un simple recordatorio, es decir, un hacer memoria como cualquiera de nosotros puede recordar algún hecho de su pasado y, de este modo, "traerlo al presente".
Pero, sin embargo esto no es así, porque memoria, es decir, anamnesis o memorial, en la Sagrada Escritura en el sentido empleado, no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres. Es por eso que en la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales.
Así, pues, cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, ciertamente hace memoria del acontecimiento de la Pascua de Cristo y en ésta se hace presente: el sacrificio que el mismo Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, el cual permanece siempre actual (Hb 7, 25-27). Por ello la Eucaristía es un sacrificio (Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1363-1365), y San Pablo afirmando esto expone la fe de la Iglesia en el mismo sentido: "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?". (1Cor 10,16). La comunidad cristiana primitiva, los mismos testigos de la última cena, es decir, los Apóstoles, no habrían permitido bajo ninguna circunstancia que Pablo transmitiera una interpretación falsa de este acontecimiento.
Finalmente, si fuera simbólico cuando Jesús afirma: "El que come mi carne y bebe mi sangre...", entonces también sería simbólico cuando añade: "...tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,54). ¿Acaso la resurrección es simbólica? ¿Acaso la vida eterna es simbólica?
Todo, por lo tanto, favorece la interpretación literal o inmediata y no simbólica del discurso. No es correcto, pues, afirmar que la Escritura se debe interpretar literalmente y, a la vez, hacer una arbitraria y brusca excepción en este pasaje.
segun lo ya planteado en los parrafos anteriores nos lleva a preguntarnos que Si la misa rememora el sacrificio de Jesús, ¿Cristo vuelve a padecer el Calvario en cada Misa?
Y la carta a los Hebreos nos dice: "Pero Él posee un sacerdocio perpetuo, porque permanece para siempre... Así es el sacerdote que nos convenía: santo inocente...que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día... Nosotros somos santificados, mediante una sola oblación ... y con la remisión de los pecados ya no hay más oblación por los pecados." (Hb 7, 26-28 y 10, 14-18).
La Iglesia enseña que la Misa es un sacrificio, pero no como acontecimiento histórico y visible, sino como sacramento y, por lo tanto, es incruento, es decir, sin dolor ni derramamiento de sangre (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1367).Por lo tanto, en la Misa Jesucristo no sufre una "nueva agonía", sino que es la oblación amorosa del Hijo al Padre, "por la cual Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados" (Concilio Vaticano II. Sacrosanctum Concilium n. 7). Y el sacrificio de la Misa no añade nada al Sacrificio de la Cruz ni lo repite, sino que "representa," en el sentido de que "hace presente" sacramentalmente en nuestros altares, el mismo y único sacrificio del Calvario (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1366; Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios n. 24).
Y el texto de Hebreos 7, 27 no dice que el sacrificio de Cristo lo realizó "de una vez y ya se acabó", sino "de una vez para siempre". Esto quiere decir que el único sacrificio de Cristo permanece para siempre (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1364). Por eso dice el Concilio Vaticano II: "Nuestro Salvador, en la última cena, ... instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz." (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium n. 47). Por lo tanto, el sacrificio de la Misa no es una repetición sino re-presentación y renovación del único y perfecto sacrificio de la cruz por el que hemos sido reconciliados.
La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo se celebra el jueves siguiente a la fiesta de la Santísima Trinidad, dentro del tiempo ordinario. Surgió para afirmar la presencia real de Jesús en la Eucaristía en contra de graves errores de algunas personas, que negaban tal presencia y luego fue extendida a toda la Iglesia por el papa Urbano IV en 1264. Al principio se llamaba Corpus Christi, más tarde se llamó también "fiesta de la Eucaristía". Aunque sea jueves, es un día de precepto, es decir, los católicos debemos de ir a Misa, para cumplir con el tercer mandamiento de la Ley de Dios. Esta solemnidad no sólo nos invita a adorar la presencia sacramental de Jesús en el Sagrario, sino que nos lleva a reflexionar sobre el valor de la celebración eucarística o Misa, y a vivir de acuerdo con la doctrina de Cristo y su acción salvadora.
En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". "Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es sustancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente".
Catecismo, n. 1374 misterio de la fe
Misterio de la fe
Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación"
Catecismo, n. 1376
Cristo todo entero
La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.
Catecismo, n. 1377
Sólo por la fe
"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en ese sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros, S. Cirilo declara: no te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente"
Catecismo, n. 1381
Jesús está presente en la Eucaristía.
¡No olvidéis que Jesús ha querido permanecer presente, personal y realmente, en la Eucaristía, misterio inmenso, pero realidad segura, para concretar de modo auténtico este amor suyo individual y salvífico!
Juan Pablo II, Roma, 11-III-1979
¡Cristo vive!
Este mismo sacrificio redentor de Cristo se actualiza sacramentalmente en cada Misa que se celebra, quizá muy cerca de vuestros lugares de estudio y de trabajo. No es Jesús, por tanto, alguien que ha dejado de actuar en nuestra historia. ¡No! ¡Él vive! Y continúa buscándonos a cada uno para que nos unamos a Él cada día en la Eucaristía, también, si es posible, acercándonos -con el alma en gracia, limpia de todo pecado mortal- a la comunión.
Juan Pablo II, Buenos Aires, 11-IV-1987
El momento de la despedida
¡Cuántas veces en nuestra vida hemos visto separarse a dos personas que se aman!
Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.
En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, l).
Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.
Juan Pablo II Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980
Adorar a Cristo en el Sagrario
Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuado se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!
Juan Pablo II. Lima, 15-VI-1988
Examínese cada cual
Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz
"Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo". Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión-. "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Catecismo n. 1385
Jamás dejéis la misa dominical
Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis jamás el encuentro con Cristo en la comunión eucarística.
Juan Pablo II. Velletri (Italia), 8-1X-1980
BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO
Jesucristo, antes de irse al Cielo, bendice a los hombres que estaban con Él. Y sigue bendiciéndonos cuando Él, presente en la Hostia, dejándose llevar en las manos del sacerdote, nos hace la señal de la cruz.
¿Qué quiere decir que Jesús me bendice- Bendecir: decir bien; y lo que Dios dice se hace. Cuando bendice, dice y hace el bien, da su fuerza, su paz, su gracia, su eficacia a aquello que bendice. Es como si Jesucristo dijese: eso que bendigo lo apoyo, daré la fuerza que necesite, digo bien de eso, cuenta con mi gracia.
Antes y después de lo que es propiamente la bendición aprovechamos para adorarle, para darle -hablando humanamente- un gustazo; procuramos que esté a gusto, que disfrute con nosotros.
ESTACIÓN DE ADORACIÓN
Se reza tres veces lo que sigue, terminando con "una comunión espiritual"
V: Viva Jesús Sacramentado R: Viva y de todos sea amado
Padrenuestro, Ave María y Gloria. Comunión espiritual.
Yo quisiera Señor recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Oración: ¡Oh Dios!, que bajo un Sacramento admirable nos dejaste el memoria¡ de tu Pasión, concédenos que de tal suerte veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención: Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R: Amén.
BENDICIÓN Mientras Jesucristo, en manos del sacerdote, te hace la señal de la cruz, clava los ojos en Él, y aprovecha para adorarle, agradecerle, pedirle perdón, y pedirle que bendigo lo que quieras (también tus buenos deseos, Intenciones, etc.)
ALABANZAS DE DESAGRAVIO
Dios nos ha bendecido. Ahora lo bendecimos nosotros a Él. Agradecidos, decimos lo bueno que es nuestro Dios con esta colección de piropos que le echamos a Él y a quienes Él más quiere.
1. Bendito sea Dios.
2. Bendito sea su santo Nombre
3. Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
4. Bendito sea el Nombre de Jesús.
5. Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
6. Bendita sea su Preciosísima Sangre.
7. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
8. Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
9. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
10. Bendita sea su Santa e lnmaculada Concepción.
11. Bendita sea su gloriosa Asunción.
12. Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
13. Bendito sea San José, su castísimo Esposo.
14. Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos. Amén.
HIMNO EUCARÍSTICO
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el hijo de Dios, nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere, que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! pan vivo que das la vida al hombre: concede a mi alma que de ti viva, y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, pelícano bueno: límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos sus crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. Así sea
Es la relación connatural del hombre con Dios, de la creatura inteligente con su Creador. Los hombres y los ángeles deben adorar a Dios. En el cielo, todos, las almas bienaventuradas de los santos y los santos ángeles, adoran a Dios. Cada vez que adoramos nos unimos al cielo y traemos nuestro pequeño cielo a la tierra.
La adoración es el único culto debido solamente a Dios. Cuando Satanás pretendió tentarlo a Jesús en el desierto le ofreció todos los reinos, todo el poder de este mundo si él lo adoraba. Satanás, en su soberbia de locura, pretende la adoración debida a Dios. Jesús le respondió con la Escritura: “Sólo a Dios adorarás y a Él rendirás culto”.
Qué es la adoración eucarística
Es adorar a la divina presencia real de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en la Eucaristía.
Jesucristo, al comer la Pascua judía con los suyos, aquella noche en la que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, dando gracias bendijo al Padre y lo pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”, al final de la cena, tomó el cáliz de vino, volvió a dar gracias y a bendecir al Padre y pasándolo a los discípulos dijo: “Tomad y bebed todos de él, este es el cáliz de mi sangre. Sangre de la Alianza Nueva y Eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.”
Él dijo sobre el pan: “Esto es mi cuerpo”, y sobre el vino: “Esta es mi sangre”. Pero, no sólo eso, agrego también: “Haced esto en conmemoración mía”. Les dio a los apóstoles el mandato, “haced esto”, el mandato de hacer lo mismo, de repetir el gesto y las palabras sacramentales. Nacía así la Eucaristía y el sacerdocio ministerial.
Cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras consagratorias es Jesucristo quien lo ha hecho y se hace presente su cuerpo y su sangre, su Persona Divina. Porque Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero. Siendo Jesucristo Dios y estando presente en la Eucaristía, entonces se le debe adoración.
En la Eucaristía adoramos a Dios en Jesucristo, y Dios es Uno y Trino, porque en Dios no hay divisiones. Jesucristo es Uno con el Padre y el Espíritu Santo y, como enseña el Concilio de Trento, está verdaderamente, realmente, substancialmente presente en la Eucaristía.
La Iglesia cree y confiesa que «en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles» (Trento 1551: Dz 874/1636).
La divina Presencia real del Señor, éste es el fundamento primero de la devoción y del culto al Santísimo Sacramento. Ahí está Cristo, el Señor, Dios y hombre verdadero, mereciendo absolutamente nuestra adoración y suscitándola por la acción del Espíritu Santo. No está, pues, fundada la piedad eucarística en un puro sentimiento, sino precisamente en la fe. Otras devociones, quizá, suelen llevar en su ejercicio una mayor estimulación de los sentidos –por ejemplo, el servicio de caridad a los pobres–; pero la devoción eucarística, precisamente ella, se fundamenta muy exclusivamente en la fe, en la pura fe sobre el Mysterium fidei («præstet fides supplementum sensuum defectui»: que la fe conforte la debilidad del sentido; Pange lingua).
Por tanto, «este culto de adoración se apoya en una razón seria y sólida, ya que la Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento, y se distingue de los demás en que no sólo comunica la gracia, sino que encierra de un modo estable al mismo Autor de ella.
«Cuando la Iglesia nos manda adorar a Cristo, escondido bajo los velos eucarísticos, y pedirle los dones espirituales y temporales que en todo tiempo necesitamos, manifiesta la viva fe con que cree que su divino Esposo está bajo dichos velos, le expresa su gratitud y goza de su íntima familiaridad» (Mediator Dei 164).
El culto eucarístico, ordenado a los cuatro fines del santo Sacrificio, es culto dirigido al glorioso Hijo encarnado, que vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Es, pues, un culto que presta a la santísima Trinidad la adoración que se le debe (+Dominicæ Cenæ 3).
La Eucaristía es el mayor tesoro de la Iglesia ofrecido a todos para que todos puedan recibir por ella gracias abundantes y bendiciones. La Eucaristía es el sacramento del sacrificio de Cristo del que hacemos memoria y actualizamos en cada Misa y es también su presencia viva entre nosotros. Adorar es entrar en íntima relación con el Señor presente en el Santísimo Sacramento.