Un día un príncipe chino oyó cantar a un ruiseñor. Maravillado por la belleza de su canto, decretó que era un pájaro real que debía estar en palacio y ordenó su captura. Cuando le trajeron el pájaro, lo encerró en una magnifica jaula de oro. Le hizo servir los manjares más exquisitos y convocó a los mejores músicos del imperio para que le hicieran compañía. Sin embargo, por más que fue rodeado de mil atenciones, el ruiseñor dejó de cantar, se desmejoró y murió. Lo que era bueno para el príncipe no lo era necesariamente para el pájaro. Hay que aprender hablar el lenguaje de cada uno. El príncipe no veía más que lo que era bueno para él y lo aplicaba a todo el mundo. Del mismo modo, existen personas que creemos dar lo mejor a nuestros hijos y amigos pero no sabemos ponernos en el lugar del otro.