MÁS CASOS
Durante sus éxtasis, las manos del Venerable Osola Benincasa (fallecida en 1618) llegaron a ser tan calientes que – se decía – el agua hervía y se evaporaba en el recipiente en que ella se sumergía para refrescarse.
A veces, se decía que un humo blanco, de vapor de agua, surgía de su garganta.
Santa Catalina de Génova (que murió en la misma época – 1655) exhibió tanto estigmas regulares como incendium amoris.
Las erupciones de los “fenómenos de calor extraordinarios” se dice que la atormentaban, con un humo blanco saliendo también de su garganta, como si ascendiera desde un brasero encendido en su interior.
Tan puro y “caliente” era el gran amor que Santa Catalina tenía, que su cadáver estuvo caliente durante varios días después de que su corazón dejó de latir (una imposibilidad médica por supuesto).
Por otra parte, el interior caliente de una monja Dominicana llamada María Villani asombraba a los testigos en Nápoles.
Esto sucedía cuando ella bebía agua.
Ella estaba consumida “por una llama casi insoportable de amor”.
Después de la comunión, la cara de una mística, la Venerable Serafina di Deo, podía brillar con una llama de color rojo, mientras que sus ojos parecían consumidos por el fuego.
Difícil de creer. Pero demasiados casos para ignorar.
Hubo una monja franciscana, señala Arnold, de cuya herida emanaba sangre caliente.
En 1798, se informó que una cruz de tres pulgadas espontáneamente consumía la carne de Ana Catalina Emmerich, y su piel mostraba ampollas y rezumaba un fluido extraordinariamente caliente e incoloro.
De una abadesa designada como Venerable, la Madre Beatrice María de Jesús, se dijo cuando estaba en un estado de éxtasis arrojaba cenizas.