Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)
Dios es Santo, Santo y Santo y el santísimo era el lugar donde Yahweh, el Dios Santo se presentaba. Además, El sumo sacerdote solamente entraba en el Santísimo el Día de Expiación anual; nadie más podía pasar en ningún momento de la cortina que separaba este cuarto del Santo. (Lev. 16:2; 23:27). Ofrecía un becerro en expiación por sí mismo y por su casa (Lev. 16:6) y luego entraba con la sangre del becerro al lugar santísimo y rociaba sangre con su dedo siete veces sobre el propiciatorio (cubierta del arca) (16:14). Luego traía dos machos cabríos vivos y echaba suertes sobre ellos. Al que le tocaba la suerte por Jehová, era degollado y ofrecido en expiación. El sumo sacerdote llevaba la sangre del macho cabrío al lugar santísimo y rociaba así como con la del becerro en los mismos lugares (sobre y delante del propiciatorio Lev. 16:15). Lo mismo hacía con el tabernáculo de reunión (Lev. 16:16) y finalmente tomaba la sangre del becerro y de la sangre del macho cabrío y la ponía sobre los cuernos del altar de sacrificios en el atrio (Lev. 16:18), luego esparcía sangre sobre el altar con su dedo siete veces (Lev. 16:19). Luego de expiar el santuario, hacia traer el macho cabrío vivo (Lev. 16:20), ponía las manos sobre su cabeza y simbólicamente le transfería todos los pecados acumulados durante todo el año por el pueblo en el santuario (Lev. 16:21). Finalmente, lo enviaba con un emisario al desierto y allá la dejaba marchar, “cargando con todas las iniquidades a tierra inhabitada (Lev. 16:22), donde no contamine más a nadie. Luego el sumo sacerdote ofrecía un holocausto por él y por el pueblo y se presentaba a la congregación al final de la ceremonia. Mientras el tabernáculo estuvo en el desierto, todo el campamento de Israel podía ver sobre el Santísimo una nube durante el día y una columna de fuego por la noche. (Éxodo 13:22; 40:38; Números 9:15; compárese con Salmos 80:1.)
Hoy en día el nuevo sacerdocio santo (Los elegidos) tiene acceso al santísimo por el único sacrificio de Cristo. Sin embargo, Jesús sigue siendo nuestro Sumo Sacerdote que aboga por nosotros para obtener la purificación de nuestros pecados. Jesús es el único Mediador entre Dios y nosotros. Dios es Santo y nadie que no sea Santo puede estar ante su presencia, de allí la necesidad de que Cristo sea nuestro permanente abogado y Mediador, el autor y consumador de nuestra fe.
Santidad para ver a Dios
El apóstol Pablo nos dice que debemos seguir la paz y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios (Hebreos 12:14). Es decir, el prerrequisito para ver a Dios es nuestra Santidad, pues nada impuro puede estar frente al único Dios Santo. Esto nos lleva a la siguiente reflexión: Si Cristo era Dios, la Segunda Persona de la Deidad Trina, ¿Cómo es posible que miles de personas impuras, pecadoras y aun detractoras pudieran verlo a él cara a cara cuando estuvo entre los suyos hace veinte siglos? La única explicación posible es que Jesucristo no es Dios, el Yahweh del Antiguo Testamento, el Eterno que estaba en el Santísimo en el día de la expiación. En todo caso, el Sumo Sacerdote que ofrecía los sacrificios anuales prefiguró a nuestro Señor Jesucristo, pero no a Yahweh.
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