DIGRESIÓN 1: "Dios es Espíritu" (Jn. 4:24).
En el Estudio 2 definiremos con más precisión lo que es el Espíritu de Dios. Podemos resumir el razonamiento que allí se presenta diciendo que el Espíritu de Dios es su poder o aliento por el cual revela al hombre su individualidad esencial, su ser y carácter, por medio de las acciones que realiza ese Espíritu. De este modo, "Dios es Espíritu" porque su Espíritu refleja su personalidad.
A Dios se le describe de varias maneras:
"Nuestro Dios es fuego consumidor" (He. 12:29)
"Dios es luz" (1 Jn. 1:5)
"Dios es amor" (1 Jn. 4:8)
"El Verbo [griego: "logos" – plan, propósito, idea] era Dios" (Jn. 1:1).
Así "Dios es" Sus características. Es evidentemente erróneo argüir que la cualidad abstracta del amor es "Dios", tan sólo porque leemos que "Dios es amor". Podemos decir que alguien es la "bondad misma", pero eso no significa que esa persona carece de existencia física: es la manera de ser de su existencia literal lo que revela la bondad hacia nosotros.
Siendo el Espíritu el poder de Dios, frecuentemente leemos que Dios envía o dirige su Espíritu para lograr cosas en armonía con su voluntad y carácter.
Son numerosos los ejemplos en que Dios dirige a su Espíritu, en los cuales se muestra la diferencia entre Dios y su Espíritu:
"El [Dios] que puso en medio de él su santo espíritu" (Is. 63:11)
"Pondré [Dios] mi Espíritu sobre él [Jesús]" (Mt. 12:18)
"Vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo" (Lc. 11:13)-
"Al Espíritu que descendía del cielo" (Jn. 1:32)
"Derramaré [Dios] de mi Espíritu sobre toda carne" (Hch. 2:17).
En verdad, las frecuentes referencias al "Espíritu de Dios" debiera ser prueba suficiente de que el Espíritu no es Dios en persona. Estas diferencias entre Dios y su Espíritu son otra dificultad para aquellos que creen que Dios es una "Trinidad," en la cual a Dios el Padre se le considera igual a Jesús y al Espíritu Santo.
Y lo que es muy importante, un Dios impersonal haría de la oración un absurdo –al punto en que la oración sería un diálogo entre nuestra conciencia y un concepto de Dios que sólo existiría en nuestra mente. Continuamente se nos recuerda que oremos a Dios, quien está en el cielo (Ec. 5:2; Mt. 6:9; 5:16; 1 Reyes 8:30), y que Jesús está allí ahora a la diestra de Dios para presentar nuestras oraciones (1 P. 3:21; He. 9:24). Si Dios no es una persona, tales pasajes pierden sentido. Pero una vez que se entiende a Dios como un Padre real y cariñoso, la oración a él se hace algo muy real y tangible –hablándole literalmente a otro ser, el cual creemos estar muy dispuesto y capacitado para responder.